Sheinbaum absorbe el lenguaje del Presidente y también adopta su ceguera.

Claudia Sheinbaum no ve militarización en el país. Decidida a ver a México con los ojos de su tutor, desconoce lo que está a la vista de todos. No hace falta más que abrir los ojos para ver soldados en las calles, en los aeropuertos, en las carreteras; soldados encargados de la obra pública, soldados ocupando oficinas que antes eran propias de la autoridad civil. A los militares se les puede escuchar también interviniendo abiertamente en política electoral atacando a la candidata de la oposición, como lo ha hecho recientemente el secretario de Marina. Los voceros del oficialismo podrán defender la opción militar, lo que es imposible es negar lo que tenemos frente a los ojos. El poder civil ha cedido espacios al poder militar en ámbitos que van mucho más allá de la seguridad pública.

En la retórica del régimen, la administración pública es torpe y costosa. Al Presidente le resultan inaceptables los ritmos y los trámites de la burocracia. Al tronar los dedos las cosas deben suceder sin plazos ni escrutinios. Por ello se ha brincado a la administración encomendándole a los soldados una amplísima variedad de tareas. Mientras la burocracia recibe todo tipo de descalificaciones y se le recorta el presupuesto, al Ejército se le llena de elogios y de partidas. Viene del pueblo, es leal, es eficaz. No discute con su comandante y sigue sus instrucciones sin detenerse a examinar si atropella un reglamento o si la decisión es razonable. Es curiosa esa fe del Presidente en las Fuerzas Armadas porque las imagina incorruptibles. El contraste es asombroso. El gobernante que sospecha de jueces y de árbitros, que descree de la técnica y se burla de las leyes cree a ciegas en la probidad de los militares por ser militares. La leyenda de su origen popular es, a su entender, protección suficiente frente a cualquier tentación. Si el pueblo uniformado cometió abusos antes fue solamente porque seguía instrucciones de su comandante civil.

La candidata que sostiene que no hemos vivido un proceso de militarización debería leer el libro que acaba de publicar un grupo de académicos del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la Universidad Nacional. Juan Jesús Garza Onofre, Sergio López Ayllón, Javier Martín Reyes, María Marván, Pedro Salazar y Guadalupe Salmorán Villar han escrito ++Érase un país verde olivo. Militarización y legalidad en México++. El libro es un recuento puntual de todo lo que ha ido militarizándose en este sexenio. Nadie puede ignorarlo y menos quien aspira a gobernar al país. El protagonismo de las Fuerzas Armadas es manifiesto y alarmante. ¿Cómo podría negarse lo que se observa en calles y carreteras, en puertos y aeropuertos, en las obras predilectas del gobierno, en las aduanas y los centros migratorios? ¿Cómo puede desconocerse el impacto que la militarización tiene en el funcionamiento de un sistema democrático?

El lopezobradorismo ha formado en las corporaciones militares una administración paralela. A la administración pública tradicional le ha crecido, en efecto, un brazo armado que es, evidentemente, el predilecto. El brazo en el que confía ciegamente el presidente de la República. Además de ser el encargado definitivo de la seguridad pública, se ha convertido en el recurso ante cualquier emergencia y, por lo tanto, en la sombra que amenaza a la administración civil. Si hay problemas en las aduanas, no hay que intervenirlas administrativamente para evitar la corrupción. No es necesario reforzar la vigilancia de la Secretaría de Hacienda, sino más bien apartarla para que el Ejército se encargue. Si las Fuerzas Armadas se encargan de las aduanas, se pondrá orden. El mensaje al servicio público es clarísimo: si sigues la ley, si respetas los procesos administrativos, si contabilizas los costos y haces proyección del beneficio que puede tener una política pública, si, en suma, cumples con tu responsabilidad y, al hacerlo, entorpeces la decisión presidencial, puede venir súbitamente la decisión fulminante de arriba: tu oficina será ocupada por un general.

Negar la militarización es cerrar los ojos ante uno de los cambios más profundos y ominosos de los últimos años. Pero Sheinbaum sostiene que tal cosa no existe, que se trata de una cantaleta. La candidata no solamente absorbe el lenguaje del Presidente. También adopta su ceguera.

 

 

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