Horas después de que el dictador venezolano Nicolás Maduro anunciara que celebraría sus fraudulentas elecciones presidenciales el 28 de julio, quedó claro que obtuvo una victoria propagandística: la mayoría de los medios y muchos jefes de Estado aceptaron automáticamente referirse a su farsa electoral como una “elección.” 

No solo las dictaduras de Cuba, Venezuela y Nicaragua, y los gobiernos aliados de Maduro en Brasil, Colombia y México, utilizaron la palabra “elecciones” para referirse a la próxima farsa electoral en Venezuela. Incluso las agencias de noticias más respetadas utilizaron el mismo término después de que el régimen venezolano anunció el 5 de marzo la fecha de su planeada “pseudo-elección.”

“Las muy esperadas elecciones presidenciales de Venezuela tendrán lugar el 28 de julio”, decía la primera línea del despacho de Associated Press del 5 de marzo. “Venezuela celebrará sus elecciones presidenciales el 28 de julio”, comenzaba el reporte de la agencia de noticias Reuters ese mismo día. 

Los principales periódicos y cadenas de televisión del mundo hicieron lo mismo. 

Y los funcionarios de Estados Unidos y Europa, e incluso varios críticos internos de Maduro, cayeron en la misma trampa. ¿Serán realmente “elecciones” lo que habrá en Venezuela? Según el diccionario de la Real Academia Española, la definición de una “elección” es “la acción y efecto de elegir”. Pero, tal como están las cosas, los venezolanos no podrán escoger a los candidatos que quieran, entre otros, por los siguientes motivos:

– Maduro ha proscrito a todos los principales candidatos opositores. María Corina Machado, la candidata que ganó con un abrumador 90 por ciento las elecciones primarias de la oposición en octubre, fue inhabilitada por el régimen para presentarse a cualquier cargo público. 

– Los dirigentes opositores no tienen libertad para hacer campaña libremente en el país. Machado me dijo en una entrevista reciente que no puede viajar en avión dentro de Venezuela, porque el régimen ha ordenado a las aerolíneas que no le permitan abordar ningún vuelo. 

– Maduro no permite la libertad de prensa. Machado me dijo que en todo el año pasado no pudo ser entrevistada ni una sola vez en ninguna cadena de televisión venezolana.

– El repentino anuncio de Maduro de que las elecciones se llevarán a cabo el 28 de julio ha dejado a la oposición con poco tiempo para organizarse, y difícilmente permitirá la organización de una observación electoral internacional creíble. 

– El Consejo Nacional Electoral de Venezuela, de cinco miembros, está controlado por Maduro y no actúa como un tribunal electoral independiente. A pesar de todos estos obstáculos, aparentemente insuperables, la oposición venezolana debería participar en esta farsa electoral Maduro. Como aprendimos en las elecciones de Chile de 1988 y Nicaragua de 1990, las dictaduras impopulares a veces pierden elecciones a pesar de todos sus trucos para manipular los resultados.

Las encuestas muestran que Maduro, que ya se reeligió fraudulentamente en 2018, tiene poquísimo apoyo popular. Si Maduro pensará que podría ganar unas elecciones creíbles, no habría llegado al extremo de inhabilitar a todos los principales candidatos opositores. 

Pero sería un gran error de la oposición venezolana no aprovechar esta oportunidad para movilizar a la población contra el régimen. Machado y sus aliados están debatiendo actualmente si presentar un candidato sustituto para la votación del 28 de julio, o si seguir adelante con la campaña de Machado a pesar de la inhabilitación oficial. Cualquiera sea su decisión, Machado debería movilizar a los venezolanos para exigir que el régimen reconozca su candidatura. 

Y luego, si Maduro mantiene su inhabilitación o la de un candidato nombrado por ella, Machado debería pedir a los venezolanos que escriban su nombre en las papeletas -o presenten votos en blanco, como hizo la oposición iraní en las elecciones parlamentarias de ese país el 1 de marzo- para obtener millones de votos anulados, y exponer estas elecciones como una farsa.

Pero nadie que se precie de apoyar la democracia, especialmente los periodistas y jefes de Estado de todo el mundo, debería llamar “elección” a esta votación digitada por la dictadura de Venezuela. Llamémosla una “pseudo-elección”, o una “elección autoritaria”. 

No hay que darle a Maduro y a los presidentes de Brasil, Colombia y México, entre otros, un pretexto para normalizar un nuevo fraude electoral en Venezuela.

 

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