Hay escalas antes del destino final, lugares que atravesamos sin conocer sus coordenadas antes de llegar a nuestro destino. Hay veces que me siento a pocos pasos de introducirme en una emoción plena, me acerco a un estado de reacomodo necesario para asimilar las nuevas cosas que llegan a mi vida, no lo logro de inmediato, me es difícil, necesito tiempo.

Aunque observando la naturaleza de la cual soy parte, comprendo lo que sucede conmigo, no soy un ser que cambie de la noche a la mañana, el tiempo de mis procesos es variante como la tierra que permea gota a gota hasta que se humedece, como un árbol que se llena de capullos y finalmente florece. 

Pero estoy en ese intermedio que no sobrepasa la mitad para equilibrar la balanza, y aunque sé que probablemente sea cuestión de horas, me mantengo en espera, como cuando en mi infancia nos acercábamos a la costa aspirando la brisa marina, pero no era aún visible, el amigo se ocultaba tras las dunas, hasta que en un giro de la camioneta, me saludaba con toda su inmensidad y belleza, diciéndome: Te he esperado siempre. 

Al día siguiente para salir del todo de ese estado incierto, me sumía en sus aguas inquietas hasta sentirme mar también.

Esa noche, no sé si lo recuerdes, entumidas de tantas horas de viaje, bajamos con prisa la escalera de madera, corrimos hasta su orilla, nos quitamos los zapatos obsequiándole nuestra risa contagiosa, y él, nos premió con flores blancas, nos cubrió los pies con el encaje más fino.

Y así, sentadas en la orilla con la piel pegajosa y las manos enterradas en la arena, supimos  que habíamos llegado a nuestro destino.

No puedo permanecer estática, el mundo gira conmigo dentro, y yo lo observo desde este lugar extraño, como si lo viera de reojo en un espejo, estoy en una tregua, en un compás de espera, en un acceso que une dos realidades, estoy consciente, aun no encuentro mi ubicación precisa en el mapa de mis emociones, solo tránsito a pasos quedos acortando la distancia. 

Bueno, pues estoy a escasos peldaños, y aunque mi corazón se resiste a los cambios novedosos, está a punto de decir que sí, solo necesito un golpe de realidad, unos minutos más de tiempo para acomodar otra de las piezas, todo cobre sentido y pueda expresarlo y razonarlo sin dubitaciones. 

Tal vez sea mañana, ahora me encuentro aun tras las dunas y aunque todo me indique una verdad, no puedo aun gritar a todo pulmón: ¡mar, mar!

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