“Dios nos dio el agua, pero no la entubó”. 

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Es un problema ante el cual ya no podemos cerrar los ojos. Este 15 de marzo el 58.17 por ciento del territorio nacional registraba algún grado de sequía: moderada, severa, extrema o excepcional. La afectación por los dos grados más intensos, extrema y excepcional, se extendía por el 26.07 por ciento del territorio. Un 9.94 por ciento estaba sufriendo sequía excepcional (Conagua). 

No es la peor sequía de la historia. A mediados de 2011, 87 por ciento del territorio tuvo lgún grado de sequía, mientras que la máxima categoría, “excepcional”, se extendía a 23 por ciento. Son cifras significativamente superiores a las de hoy. Con el calentamiento global, sin embargo, las sequías probablemente aumentarán en número e intensidad. 

No tenemos información para comparar estas con las que el país sufría antes de las estadísticas actuales, pero el historiador Enrique Florescano argumentaba que algunas de las sequías históricas, como la de 1785-1786, “el año del hambre”, o las del norte del país de los años previos a 1910 fueron factores para provocar las guerras de independencia y revolución. 

Como nación debemos entender los problemas actuales y los retos que se avecinan. Lo primero es no dejarse engañar por políticos y activistas. El problema no son las plantas de refrescos o de cerveza. En México, 76 por ciento del agua se utiliza en agricultura, 15 por ciento en abastecimiento público, 5 por ciento en la industria autoabastecida (la que toma directamente el líquido de ríos, arroyos, lagos y acuíferos) y 4 por ciento en las termoeléctricas (INEGI). Las empresas refresqueras utilizan solo el 2 por ciento del total de la industria autoabastecida, y 2 por ciento del 5 por ciento nos da apenas 0.1 por ciento. La fabricación de cerveza alcanza solo 0.02 por ciento. Es un engaño, por lo tanto, decir que el problema se puede resolver prohibiendo la producción de refrescos o impidiendo la fabricación de cerveza. 

No solo se usa 76 por ciento del agua para la agricultura, sino que 79 por ciento de ella se emplea en riego por gravedad, esto es, se deja correr para que la gravedad la distribuya por el campo, lo cual deja siempre un enorme desperdicio. Únicamente 12.76 por ciento del riego se hace por goteo, 10.87 por ciento por aspersión, 6.15 por ciento por microaspersión y 3.56 por ciento por otros sistemas (INEGI). 

La solución a la crisis del agua no radica en prohibir la producción de refrescos o cervezas. Tampoco en negar nuevas concesiones de agua para la industria en zonas secas, como ha propuesto el presidente López Obrador; esto provocaría el desplome de la actividad económica sin paliar la escasez. El camino debe ser disminuir de manera importante el uso de agua en la agricultura, sin reducir la producción, lo que requiere de inversión en tecnología, y fuertemente en infraestructura hídrica. En las ciudades, la construcción de sistemas de captación pluvial es crucial. 

Al agua hay que darle un precio realista que modere el consumo y genere recursos para la inversión. Los subsidios deben ser solo para los más pobres. Mientras se regale o se cobre a precios muy bajos no se resolverá el problema. Si los políticos no quieren hacer cobros realistas por miedo a perder votos, Conagua y los organismos locales de manejo de agua deben recibir suficientes recursos para invertir. Esto no reducirá el consumo, que depende del precio, pero sí aumentará la eficiencia en el uso del recurso. 
El gobierno, sin embargo, no está cobrando bien el agua, ni está dando el dinero necesario a los organismos responsables. A Conagua se le aprobó para 2024 un presupuesto de 62,600 millones de pesos, menos que los 71,700 de 2023 o los 75,500 millones de 2014. Debemos reflexionar sobre esto el 22 de marzo, día mundial del agua. 

Calentamiento

La Organización Meteorológica Mundial ha confirmado que 2023 fue el año más caliente desde que hay estadísticas. El 2024 va por igual camino. El mundo registró en 2024 el febrero más caluroso. El calentamiento global es una realidad. 

www.sergiosarmiento.com

 

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