El comentariado se dedica desde hace meses a pronunciarse sobre la cocción del arroz. Que este arroz ya se coció es la fórmula con la que se declara resuelta la elección antes de que la gente vote. Si el arroz ya se coció se vuelve impensable la derrota del oficialismo y la oposición a la candidata del régimen es, simplemente, absurda.
El anuncio del arroz cocido empezó muy temprano. Antes de que hubiera candidatas y que arrancaran las campañas, cuando las encuestadoras hacían preguntas sin tener el cuadro de las alternativas, sin que los aspirantes salieran a pedir el voto se decía que la ventaja era irreversible. Ahora, que faltan un poco más de dos meses para el voto, la pregunta sigue siendo la misma: ¿este arroz ya se coció? Si hace unos meses era prematuro, ahora, cuando faltan un poco más de dos meses, parece difícil negar que la elección presidencial no parece competida. La ventaja de la puntera no disminuye y la campaña de la opositora no termina de levantar.
Pero no es de ese arroz del que quisiera hablar. Lo que me pregunto hoy es si se ha consolidado el populismo autoritario en el país. ¿Hemos cruzado ya la línea? ¿Ese arroz ya se coció? Creo que ese es el asunto crucial y me lo ha hecho pensar lo que sucede ahora en Polonia donde el populismo conservador ha recibido la primera derrota en ocho años.
Durante este tiempo, la mayoría ultraderechista polaca partió al país en dos mitades irreconciliables, se apropió de prácticamente todas las instituciones del Estado, usó los medios públicos como instrumentos de propaganda y adoctrinamiento.
El populismo fue especialmente exitoso en la ocupación de las instituciones judiciales y en el control de instituciones tan relevantes de la neutralidad constitucional como la jefatura de Estado. Ahora que el populismo conservador ha perdido el gobierno, es claro que la arquitectura política de Polonia obedece aún a la lógica de quienes distorsionaron el mecanismo constitucional. Hay un artículo interesante en la revista Foreign Affairs escrito por Jaruslaw Kuisz y Karolina Wigura que explora las dificultades en el proceso de recuperación después de una temporada de dominio populista. Imposible leer su reflexión sin registrar los paralelos con nuestro país.
La polarización que hemos vivido no cederá en el corto plazo. Esa ha sido la bandera esencial del régimen y no sido simplemente una bandera discursiva que simplifica la complejidad del escenario nacional en dos bloques enemigos. La polarización niega posibilidad a un sitio de encuentro entre grupos discrepantes y concibe las instituciones como trofeo de unos contra los otros. La campaña permanente contra todas las instituciones autónomas del país ha tenido su efecto. No solamente son más débiles y menos competentes. Su legitimidad ha sido severamente lastimada.
La militarización tendrá impactos históricos que no somos capaces aún de vislumbrar. Hoy tenemos militares opinando de la política electoral, a cargo de proyectos multimillonarios, dedicados no solamente a la seguridad pública sino a un cúmulo de labores que desempeñan con enorme riesgo para las propias corporaciones. El gobierno ha abierto una nueva ala de la administración pública federal. Se trata de la administración pública militarizada dedicada a atender todo cuanto la presidencia les encomiende, con toda la protección de la opacidad castrense.
La candidata del régimen ha hecho suyo el discurso de que el gran enemigo del país es el poder judicial. Más allá de lo que suceda con el siniestro plan C, el daño que se le ha hecho al poder judicial es inmenso. La Suprema Corte ha quedado a punto de ser desactivada como protectora de la constitución y entregarse de lleno a ser parapeto del gobierno.
Hace poco pensaba que el lopezobradorismo podría ser un episodio, un paréntesis en la historia ascendente del pluralismo mexicano. Tras la fiebre de un sexenio, vendría un proceso de normalización. No lo creo ya. El populismo se ha consolidado como régimen. No es un estilo, no es un relato. Ha dejado de ser expresión del personalismo para ser la lógica de un nuevo orden político. El nuevo régimen tiene una nueva base de legitimidad, una estructura de respaldos sociales, una red de sustento económico y sus propias reglas. Ese arroz ya se coció.