“Algunas veces la luz al final del túnel es un tren”.
Charles Barkley
Nadie podrá negarle a la 4T su capacidad para construir narrativas favorables ante circunstancias adversas. Ahí está como ejemplo el “incidente” del Tren Maya de este 25 de marzo. Un vagón se salió de las vías al entrar a la estación de Tixkokob en Yucatán en el trayecto Mérida-Cancún. Un comunicado de la empresa, sin embargo, evitó cuidadosamente reconocer el descarrilamiento. “El cuarto vagón del tren D-0006 experimentó una interrupción del flujo sobre la vía”, explicó. ¡Cuánta creatividad literaria!: “una interrupción del flujo sobre la vía”. La verdad es que el Diccionario de la Real Academia define el verbo descarrilar, “dicho de un tren, de un tranvía, etc.”, como “salir fuera del carril” (señores académicos, el “fuera” sale sobrando; con decir “salir del carril” es suficiente). Y eso fue precisamente lo que ocurrió: el vagón se descarriló.
No hubo consecuencias por el incidente. Nadie resultó lesionado. Los pasajeros simplemente tuvieron que descender del ferrocarril y más tarde tomaron otro. No hubo heridos ni daños materiales, el tren iba despacio. No hay señales de que el descarrilamiento haya tenido lugar por un problema estructural.
Si bien la empresa anunció la creación de una Comisión Dictaminadora para investigar las causas, no parece que el descarrilamiento haya sido consecuencia de un problema de balasto. Esto es importante después de la conversación que divulgó Latinus entre Pedro Salazar Beltrán, primo de los hijos del presidente Andrés Manuel López Obrador, y Amílcar Olán, proveedor de balasto del Tren Maya, sobre la necesidad de pasarle “la mochada al laboratorio para que autoricen y den el palomazo de que todo está bien” cada tres mil metros. Salazar Beltrán dijo: si hay un descarrilamiento, “ya va a ser otro pedo”.
Habrá que esperar a ver lo que dice esta Comisión Investigadora. A simple vista el descarrilamiento parece un simple error en el manejo del sistema de cambio de vías de la estación. Ayer el presidente deslizó la idea de un posible sabotaje, tesis en la que han insistido algunos de sus seguidores en redes sociales: se va a investigar, dijo, si “fue algo intencional o fue un error de los responsables del manejo de las vías”.
No estoy seguro de que se necesite una “comisión investigadora” para estudiar el tema. Si bien hay que revisar la construcción en ese punto, o quizá ¡la posibilidad de que alguien haya dejado caer a propósito algunas aspas de licuadora para descarrilar el tren!, los videos y fotos sugieren un simple problema del cambio de vías. Un ejecutivo de una empresa de ferrocarril me lo confirma: “Por lo que vi, donde quedó y que fue saliendo del cambio, yo diría que [fue] un cambio mal alineado o ajustado, nada que ver con la infraestructura o su condición. El carro descarrilado quedó rumbo a la vía paralela, lo que indica que fue un cambio”.
El que el descarrilamiento no pueda atribuirse a un problema de infraestructura, no significa que el Tren Maya sea un buen proyecto. Sabemos que la obra se ejecutó sin un estudio de factibilidad económica y sin una manifestación previa de impacto ambiental. Todos los especialistas advierten que perderá carretadas de dinero. Sabemos que el proyecto se realizó de manera apresurada y con modificaciones importantes en su trazo y la ubicación de estaciones. Sabemos que ha causado daños enormes e irreversibles al entorno natural.
El incidente del 25 de marzo, que los responsables del Tren Maya se han negado a reconocer como un “descarrilamiento”, no tendrá trascendencia, pero sí la obra en su conjunto, que es un triste ejemplo de cómo el gobierno ha manejado sus obras faraónicas.
Los Pinos
Xóchitl Gálvez consideró que, en caso de ganar la Presidencia, podría irse a vivir a Los Pinos, aunque no al edificio principal, en el que residió Lázaro Cárdenas, sino a la cabaña de Vicente Fox. Dejaría así el lujo del que ha gozado López Obrador en Palacio Nacional, un edificio histórico con murales importantes al que los ciudadanos ya no tienen acceso.
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