La mujer que no ve militarización en México nos dice que aquí no hay miedo. Los desaparecidos, los feminicidios, el cobro de piso, los linchamientos, el asesinato cotidiano de candidatos, los secuestros tumultuarios, las masacres de jóvenes, la pérdida de franjas de nuestro territorio son hechos aislados que en nada empañan la inmensa alegría del país. Lo que la candidata encuentra en sus recorridos por México es jolgorio por los momentos estelares que vivimos. Hace unas semanas se mostró indignada porque en un documento se hablaba de la degradación del tejido social en nuestro país. ¿Cómo se atreve alguien a decir algo así? Sheinbaum no podía suscribir una afirmación que sugiriera una desgarradura comunitaria. Su instructor ha dicho que en el pueblo mexicano hay una gran reserva de valores y no está ella para contradecirlo. En la retórica oficial no hay espacio para considerar esa ruptura del tejido social. Para la científica son más persuasivos los lemas del presidente que las pruebas más visibles y las experiencias más desgarradoras. Para la mujer en campaña es mejor respaldar al presidente sin reserva alguna que dar una muestra de empatía, por mínima que sea, con el dolor que ella misma desdeña.

El desdén incluye a sus compañeros muertos. Todos los días hay un incidente de violencia política en el país. En México, el tablero de las opciones electorales lo definen los partidos y los matones. La lista de los candidatos asesinados se alarga semana tras semana. A todos los partidos lastima esa violencia. Los criminales promocionan a unos; intimidan o eliminan a otros. En muchos espacios del país, la elección pasa por el filtro bárbaro del asesinato. ¿Cuántos han salvado la vida poniendo su cargo al servicio de los criminales? Nadie, más que Claudia Sheinbaum, podría sostener que esto es asunto trivial, que es algo triste pero irrelevante en el gran escenario de la política nacional. Ante la repetida noticia de un asesinato político, la candidata lamenta ritualmente el crimen para minimizarlo de inmediato.

La condena dura, si acaso, un segundo. Acto seguido, la candidata se explaya para trivializar la muerte. El mensaje de la candidata es claro: el nuevo homicidio es penoso, pero no tiene ninguna trascendencia política. El país está en paz. Este es otro caso aislado que no tiene por qué manchar nuestros festejos. Es lamentable que un candidato de nuestro partido haya sido acribillado frente a sus hijos. Pero no debemos perder de vista lo importante: estas elecciones transcurren en paz y se desarrollarán tranquilamente.

Dos cerrazones, una intelectual y la otra emocional son reflejo del hermetismo ideológico. Solo existe lo que embona en el relato oficial. Solo siento lo que aliente a mi causa.

Cualquier cosa que escape del libreto es decretado como inexistente. El recurso manido de la conspiración y la descalificación personal son reflejos de una ideóloga indispuesta a mirar la realidad sin subordinarla a la fraseología del régimen. Si la novedad de Sheinbaum radicaba en sus credenciales académicas y en su entrenamiento científico, ha de decirse que en su discurso político esa formación está bien enterrada. A quien se escucha en los discursos y en las entrevistas no es una científica obligada a dar prueba de lo que afirma y de sostener sus propuestas en nociones comprobables, sino a una ideóloga que repite el mantra del régimen y que emplea disciplinadamente el catálogo de sus evasivas para no entrar en debate.

En la campaña no hemos escuchado a una científica. No hemos visto a una mujer que reconozca el imperio de los hechos y que sea capaz de ajustar su juicio a la aparición de las evidencias. Por el contrario, lo que encontramos en su candidatura es la obstinación de una ideóloga que cierra los ojos a los hechos que le incomodan y el encapsulamiento de una estratega negada a la compasión.

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