Aún puedo rememorar aquellas charlas con mi Abu y la tía Mary. Nos sumergíamos en relatos de días turbulentos, cuando desde el cerro de Culiacán hasta Celaya y sus alrededores se veían envueltos en humo de pólvora, estruendosos cañonazos resonaban y la estación de Villagrán se poblaba de cuerpos colgantes, pintando un paisaje de terror. Esas batallas se desencadenaron desde el seis hasta el quince de abril de 1915. Era la época de las luchas fraternas encarnizadas. “Una vez nos escondimos entre las milpas y allí también encontramos soldados, tan temerosos como nosotras”, solía contarme la tía Mary. Mientras tanto, mi Abu, con serenidad y pausa, relataba cómo uno de los generales de Villa irrumpió en la casa de papá Ra para saquear lo poco que tenían. Al encontrarlo, con una pistola apuntándole a la sien, ella no dudó en abrir su bolsa y arrojar al suelo las monedas que llevaba, no sin antes decir: “Eso no lo hace un general, eso lo hace un matón. Fíjese bien en lo que hace, señor.” El hombre, acobardado por su valentía, tomó las monedas y se marchó con su gente. 

La ciudad estaba sitiada, el ejército constitucionalista, bajo el mando de Obregón, carecía de suficiente armamento y los convencionistas liderados por Villa, aunque eran numerosos, adolecían de orden y estrategia, una debilidad que Obregón supo aprovechar para derrotarlos y repelerlos. Con el paso de los años, al releer una y otra vez la historia de México y al observar el país, a menudo me he preguntado para qué sirvió esa matanza y tantas otras. Sin embargo, queda claro que México ha evolucionado, pero de las promesas que hacía Villa, muy pocos y eficientes resultados han quedado: campos olvidados, otros destruidos y muchos campos ayer fértiles, están poblados con inhumanos pies de casa. Pancho sigue siendo uno de mis héroes revolucionarios favoritos, por su idealismo, su espíritu soñador y su lealtad a su causa. Obregón inspiró la Constitución de 1917 y buscó consolidar la reconstrucción de nuestro vasto país, pero con el tiempo, se enamoró del poder. Tanto a Villa como a Obregón, su propia gente los traicionó. Pero estos son los beneficios de la lectura: cada uno saca sus propias conclusiones e interpretaciones, encontrando así sus propios ideales. 

Hoy en día tenemos a uno que antes de llegar a la presidencia, visitó Celaya y frente al monumento de Obregón, lo tildó de vulgar carterista, cuando él mismo carece de la bravura, la sagacidad estratégica y la gallardía que caracterizaban al “Manco de Celaya” Sin embargo, los muertos rara vez pueden defenderse. 

Mi Celaya se engalana recordando esos días difíciles, ofreciendo un hermoso festival cultural que comenzó el ocho y concluirá el treinta de abril. Danzas, ballet, presentaciones cronológicas, un detallado film y muchas sorpresas esperan a todos aquellos que no saben qué hacer en el pueblo y a aquellos que están hartos de sus propios pueblos. Pueden venir a Celaya sin miedo, pues dos grandes generales protegen mi ciudad, desde los cielos.

Última llamada. Los espero hoy domingo a las 11 a.m. en Parque Lineal, traigan pluma y libros para regalarle a los pequeños e incentivar esas ganas por saber.

 

RAA

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