En la actividad de un abogado litigante un ingrediente principal de su quehacer profesional es saber esperar: esperar un acuerdo, esperar una audiencia, esperar una sentencia, esperar declarar un testigo, esperar un peritaje, esperar un término o plazo procesal, en fin, esperar y esperar.

Quizá lo más lacerante, incómodo y humillante sea el esperar ser atendido por un Juez, un Magistrado u otro funcionario o servidor público; hacer antesala, soportar el rigor de la espera.

No sé si sea una virtud esta circunstancia de esperar, quizá solo si la emparentáramos con la paciencia: tener paciencia y esperar.

Hace unos días platicaba con varios colegas sobre tópicos y dificultades en el ejercicio de la profesión y algunos se quejaban del tiempo que se pierde, o “se invierte” (decía otro) en esperar, en las Agencias del Ministerio Público, en los Juzgados, en las Salas o hasta en las barandillas y me preguntaban qué podíamos hacer al respecto; mi respuesta fue que con o sin razón, muchos funcionarios judiciales o ministeriales, administrativos, en Juntas de Conciliación y Arbitraje y en otras dependencias, bajo su arbitrio nos hacen esperar grandes lapsos temporales y no podemos hacer nada; protestar o quejarse a veces resulta contraproducente, pues nos ganamos enconos y revanchismo en posteriores trámites o diligencias; entonces les platiqué una vivencia  de hace muchos años, cuando empezaba a litigar, que podría ilustrar nuestra postura a seguir.

Allá por el año de 1992, hace treinta y dos años, después de haber integrado conjuntamente con el Ministerio Público Federal en Aguascalientes una averiguación previa muy complicada, con mucho esfuerzo, por fin se consignó al Juzgado de Distrito único, que existía en aquel entonces en ese estado; estuve en contacto con el Agente del Ministerio Público Federal adscrito y no se resolvía la petición de libramiento de órdenes de aprehensión contra los inculpados por delitos contenidos en la Ley de Instituciones de Crédito; la institución bancaria que me había contratado, a través de sus funcionarios me presionaba mucho para impulsar el asunto y me exigían resultados.

Decidí hablar con el Secretario de la Sección Penal del Juzgado Federal y me contestó que él ya había hecho su trabajo y que el Juez tenía el expediente con el proyecto desde hacía quince días, si insistía y me urgía tanto, me retó a que  me anunciara y me animara a hablar con el Juez, hombre muy áspero, arrogante y de muy mal carácter.

Sin otra opción, al día siguiente fui como a las once de la mañana a la oficina del Juez de Distrito, solicité audiencia con su Secretaria; “De qué asunto se trata abogado? Su nombre abogado, ¿a quién representa? ¿Al inculpado o coadyuva con el Ministerio Público Federal?”; después de responder todas las preguntas, me ordenó: “Siéntese, ahorita lo anuncio, el Juez está muy ocupado”. Me acomodé a un costado del escritorio de la secretaria, en un sofá de tres plazas, color negro de curpiel, con una mesa de centro frente al mismo con la cual casi topaban mis rodillas. Comenzó la espera.

Ingresaban y salían de la oficina del Juez, tanto su secretaria como otras personas, secretarios, proyectistas, chofer, secretaria con un café, el Agente del Ministerio Público Adscrito. Yo sentado, con un librito en mis manos, coincidentemente muy ad hoc para la situación, leyendo “Las Miserias del Proceso Penal”, de Francesco Carnelutti, insigne procesalista italiano, que me había obsequiado tiempo atrás mi amigo René Paz Horta; leía las Partes en el Proceso Penal, el reo o acusado, el ofendido y el fiscal, el defensor y el juez; como los describe magistralmente el Maestro Carnelutti. Pasaba el tiempo, una, dos, tres horas. A las 14:00 horas me preguntó la secretaria: “Abogado, ya ve el Juez está muy ocupado, le urge mucho? Podría venir otro día? Ya van a ser las tres de la tarde y salimos a comer y no me ha dicho nada de su asunto”.

Le respondí: “aquí espero, ya casi termino de leer este libro y me he entretenido amenamente”. Claro que mentí, por mi mente pasaban muchos pensamientos muy negativos, pero tenía que serenarme y esperar, esperar; ya había repasado una y otra vez casi cada palabra que expresaría al Juez cuando me atendiera.

Por fin, exactamente a las tres de la tarde con diez minutos, cuando salió la secretaria de la oficina del Juez cargando muchos expedientes que seguramente había firmado y llevarlos a las distintas Secretarías; salió el Juez de su oficina con un poco de prisa, poniéndose el saco y diciéndole a la señorita: “Ya me voy a comer, nos vemos”; la muchacha apenada, con los ojos le señaló que allí estaba yo, esperando; el Juez volteó, me vio y preguntó: “Quería hablar conmigo?” y le contesté “sí señor Juez, pero si tiene prisa no se preocupe vengo mañana, no hay problema”. Terminó de acomodarse el saco y estiró sus brazos para que salieran los puños de su camisa; me dijo “pase a la oficina ahorita lo atiendo” y le dirigió una mirada a su secretaria “de qué se trata?”; ella se introdujo a la oficina y le señaló la tarjeta en la que me había anunciado y le había anotado los datos hacia ¡Cuatro horas!

Le insistí al señor Juez que no se preocupara que regresaba al día siguiente si así lo deseaba y que atendiera su compromiso de comida; pero al ver la tarjeta con la hora que anotó la secretaria se perturbó y me invitó a sentarme; me expresó una disculpa, le expliqué sucintamente el asunto por el que acudí, me prometió revisarlo y resolverlo en dos días más. Comprendí que era tal la poca importancia de una persona como yo o cualquiera que pidiera una audiencia para con él que se le había olvidado. Pero tanto tiempo había transcurrido que yo creo rompió su propio récord y sí estaba apenado. Ante mi disponibilidad humilde y sincera de volver al día siguiente si así lo deseaba, se derrumbó su prepotencia y autoritarismo, tornándose en verdadera vergüenza.

Regresé después de dos días y acudí con el Agente del Ministerio Público Adscrito, quien muy gustoso me informó que ya estaban las órdenes de aprehensión. Con mucha curiosidad, me preguntó “Pues qué habló con el Juez? ¿Trajo una buena recomendación mi Lic?” le contesté “Sí, me recomendaron la paciencia, la insistencia y la prudencia”.

Así es que, colegas saquen sus conclusiones y moralejas; solo les recomiendo que se hagan acompañar siempre de un buen libro; en esta profesión no sabemos cuánto tenemos que esperar.

Un Abogado debe ser paciente, perseverante y con agudeza mental.

 

RAA

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