Se escuchan en el país voces que piden un estado de emergencia sobre la deliberación nacional. En vista del grave peligro que vivimos, debería suspenderse el ejercicio de la crítica. Eso es lo que algunos piden explícitamente y otros insinúan. No conviene atacar al gobierno en estos momentos, dicen unos. Es mejor acomodarse y esperar que venga el cambio de gobierno. No hay que echarle más gasolina al fuego. Del otro lado se escucha una exigencia semejante. Es imperdonable que alguien cuestione la marcha de la oposición o que advierta las debilidades de su candidata. Eso podría decirse en privado, pero en público no hace más que fortalecer al régimen que busca demoler los contrapesos democráticos. Criticar a la oposición es volverse cómplice del autoritarismo. 

La petición viene precedida, por supuesto, de una enfática defensa de las libertades. La crítica será siempre valiosa, pero estos son tiempos de definiciones. No hay lugar para medias tintas. Estás de un lado o estás del otro. Hoy no nos podemos dar el lujo de ponderar las flaquezas de la causa en la que uno puede creer ni para advertir las cualidades de quien uno percibe como amenaza. La crítica es vista como una vanidad, una irresponsabilidad, una ingenuidad. Como en una guerra se suspenden las garantías para poder enfrentar una amenaza mortal, ahora se pide poner en pausa la crítica porque está en juego el régimen democrático. Se exige a la crítica callar o mentir. 

Los críticos deben remplazar su lápiz por la matraca. El crítico debe afiliarse a una porra y corear los mismos lemas que se repiten ahí. Esa es la tarea que la historia les impone: afiliarse a un polo. El crítico debe dejar de escuchar sus dudas y dedicarse a contagiar entusiasmo. La peor traición que puede cometer quien tiene una tribuna es contagiar desaliento. La reflexión debe volverse motivacional. Por ello no debe ser el contrapunto que inserta complejidad, sino un subordinado de los grandes simplificadores. El reduccionismo que prevalece en las campañas debe ser replicado en el campo intelectual. Si entre partidos y candidatos hay solo blanco y negro, la crítica debe volverse enfáticamente daltónica. 

La gravedad de la crisis democrática no pide menos sino más crítica. Sobre todo, mejor crítica. Crítica severa a todos los actores políticos. El cuestionamiento exigente es indispensable para advertir errores y corregirlos y, sobre todo, para identificar la naturaleza del peligro. No tengo la menor duda de que la amenaza de la reelección de Morena es gigantesca. Es importante reiterarlo: el proyecto político que ha suscrito la candidata del oficialismo significaría la destrucción de los contrapesos esenciales de la democracia. Su rechazo al pluralismo, su desprecio por las leyes y la verdad, su ánimo polarizador sigue el instructivo de su tutor. Es precisamente por el peligro que significa la probable reelección de Morena que es indispensable tratar de comprender la naturaleza del relevo y las peculiaridades de su liderazgo. Creo que repetir que no hay nada en su candidata más que papel calca es engañarse. La ideóloga que disciplinadamente repite las fórmulas de su promotor tiene un entrenamiento técnico que daría a su gobierno un perfil distinto. Sus decisiones, a diferencia de las del presidente, no brincan del impulso o la ocurrencia. En contra de lo que dicen la mayor parte de sus críticos, no me parece evidente que, si gana, sería un títere al servicio de un viejo. 

La opción que representa Sheinbaum es tan autoritaria como la que rige hoy en la presidencia, pero es, a diferencia del actual gobierno, competente, ordenada, con atención al detalle. Más arrogante y más distante, pero ordenada y reflexiva. Se trata de una opción que jamás tendrá el control político que ha ejercido su protector, pero que es capaz de pensamiento estratégico y que no parece recurrir al desplante voluntarista. Un populismo competente en un régimen cada vez más abiertamente autoritario.

Quienes piden abierta o implícitamente la suspensión de la crítica sugieren que gritemos los mismos lemas y cerremos los ojos. Que los publicistas se dediquen a lo suyo, pero que no pretendan subordinarlo todo a su torneo.

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