Hay cosas que asumimos, verdades que se nos inculcaron a manera de creencias, y a base de repeticiones pensamos que eran ciertas. Pero al pasar el tiempo inevitablemente llega el desengaño, a veces toca pronto a nuestra puerta, otras lo detenemos con falsas esperas, cerrando el entendimiento, en una negación constante, aferrados con uñas y dientes a una falacia.

Me percato que me estoy expresando en plural, más bien debiera hacerlo en singular puesto que estoy hablando de mí misma. Probablemente al generalizar, quisiera igualarme con otros que como yo vivieron lo mismo. Corrijo entonces, asumí tontamente, idealicé, comprobé y fallé. Al abrir la puerta, la habitación estaba vacía, omitiendo las metáforas, declaro que en ese corazón no había un lugar para mí. Para llegar a este punto, pasaron años, golpes bajos, incontables desengaños, y cuando por fin dejé de pensar en medias verdades, sentí que el peso de una nevada descendía sobre mi espíritu y me sumí en el más crudo invierno. Estaba pagando el alto precio de una revelación postergada. 

Pudiera hablar de eventos, palabras, miradas, eventualidades en las que la realidad quedo al desnudo y no tuve otra opción que mirarla, hasta que finalmente llegó el lapidario desenlace,  pero resultaría muy extenso de contar, lo he repasado tantas veces que he caído en el hartazgo.

Los demás, no lo notaron porque yo seguía siendo la misma, simplemente estaba viviendo un duelo interno, enterrando esas esperanzas viejas que me acompañaron por años hasta que llegó el desengaño de ti, y mira que me llegó tarde.

Durante ese invierno, se inició un proceso, una metamorfosis que me modificó y tomé la decisión que sólo amaría a los que lo hacen conmigo, a los que disfrutan mi presencia y con los que tengo lazos de vida ciertos, a esos que no pueden ocultar su afecto porque los delata la mirada y estacionarme ahí. Anclada en una bahía tranquila sin huracanes que me sorprendan  en mar abierto, me siento tranquila, estoy en paz, sé en donde estoy parada, finalmente llegó la primavera, el hielo escurrió en riachuelos que me hicieron florecer de nuevo. 

Cuando asomé la cabeza de mis largas reflexiones, como un crustáceo que mirara al sol en toda su grandeza, aprecié mi estancia en la tierra, amé aún más a los que van conmigo, a esos que se me prestaron como compañeros de camino  y que muy probablemente tienen puestas en mí algunas expectativas.

Ahora lo veo con calma y aunque entiendo mi vieja posición, celebro mi avance a destiempo. A algunos les resulta sencillo cerrar la puerta, otros como yo, tenemos fuertes asideras, ¿Qué esperaba si todo estaba delante de mis ojos? Me pregunto.

Ahora cuento con la certeza de la verdad  y me siento libre. Por otro lado, cuento con la fortuna de esta maravillosa estación que hace florecer la naturaleza, todo se modifica, reverdece y algo similar está sucediendo conmigo. Por eso expreso con mi sinceridad más  profunda: Entra confiada a mi vida, bienvenida seas primavera.

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