El debate es una discusión. Cuando se nos invita a presenciar un debate, los organizadores deben cuidar que se trate de ello, de una disputa de ideas, del contraste de argumentos sobre diversos tópicos. Construir una presentación a base de preguntas, es un interrogatorio, no una disputa. Aclaro lo anterior para que los ciudadanos exijamos que cuando los políticos debatan, realmente lo hagan, comparando sus ideas mediante el uso de la retórica.
La retórica es la ciencia del discurso, inventada por los griegos hace ya 26 siglos. Esta disciplina nos muestra dos rutas, el camino práctico desarrollado por Anaxímenes y el teórico sustentado por Aristóteles, utilizando la lógica. No olvidemos que la esencia es siempre discutir, reflexionar; no presentar planes, proyectos o hacer ofertas de dádivas para obtener el voto de los ciudadanos. Eso no lo hubieran permitido los griegos, el tema son las ideas y su efecto en la sociedad, presentándolas sin falsedades, ya que los gobernantes estaban obligados a conducirse con parresía, el compromiso griego de hablar con la verdad.
La retórica consta de varios componentes. El primero es el Ethos, referente a la autoridad y credibilidad del orador. Luego viene el Pathos, la utilización de las emociones. Quizás el más importante es el Logos, el uso de la razón para sostener argumentos. Finalmente están la estructura del discurso, el estilo, la presentación y la memorización que se requiera.
El pasado martes atestiguamos un evento que poco tuvo de debate, porque no se diseñó para ello. Pero resultó mejor armado que los supuestos encuentros del IEEG, donde cada candidato va y presenta un rollo sobre el tema que se le pide; acá hubo cuestionamientos de un grupo de ciudadanos, preguntas dicotómicas (responder sí o no), planteamiento de expertos y presentaciones individuales de la candidatas. Pero no se propició un verdadero debate.
Llama la atención que se subestime a las contendientes, sin plantearles retos más complicados. Todas tienen un origen común: el parlamento; suponemos que ahí debatieron constantemente y se prepararon para sostener encuentros discursivos en cualquier tono y terreno. Por eso resulta extraña la costosa decisión que tomó la representante de Morena de no acudir al debate de la Coparmex. Se dijo traicionada y luego despotricó contra los empresarios organizadores. Malas maneras para convencer y obtener votos, agraviando y rehuyendo, asustadiza, el enfrentamiento contra sus antagonistas.
Preparada en el PAN, Alma debería saber que enfrentar a una candidata oficialista, cargada de apoyos y hasta de cierta arrogancia, es sencillo. Libia tiene flancos muy débiles por donde puede ser atacada. Para empezar, cualquier propuesta puede ser rebatida con eficacia, con solo frasear lo siguiente: “y si son gobierno ¿por qué no lo hicieron ahora?”. Otra fragilidad es el origen autoritario y unipersonal de su candidatura en contraste con la doctrina de su partido, es un argumento contundente para descalificar su discurso democrático y cualquier linaje ciudadano que intente asumir. Pertenecer al gobierno de Diego Sinhue es un lastre muy pesado y una veta inconmensurable para hostigarla. Hay una lista enorme de incongruencias que se pueden esgrimir frente al oficialismo y que son suficientes para liquidar a sus candidatos en cualquier enfrentamiento discursivo. Alma perdió esa oportunidad. Ganar en la cancha del enemigo hubiera subido substancialmente sus bonos.
Pero también debemos de decir que Libia es una candidata disciplinada y se preparó para el evento. Sin embargo, su discurso es un poco acartonado y su actitud estereotipada. Debe relajarse y ser genuina. Su arsenal discursivo puede ser potente si utiliza como contrapunto el paupérrimo desempeño del Gobierno federal de Morena. De su participación destacamos que planteó varios compromisos muy serios y puntuales: evitar corrupción y malas prácticas (¿Nuevo comienzo?), establecer el servicio civil de carrera y apostar por el gobierno digital (con mejora regulatoria, obvio), esto significa modernizar un aparato administrativo oxidado y con amplias zonas podridas. En conjunto estas son promesas valiosas y retadoras, imposibles de llevar a cabo en las condiciones en que se encuentra la administración estatal. Se requiere, de arranque, un cambio radical.
Por último habrá que acreditar a Yulma Rocha el valor de entrar sin miedo a la cueva del lobo. Tuvo un buen desempeño y se dio el lujo de lanzar algunas críticas agudas a la ausente y a la oficialista. Hoy reconocemos su apostura y la conocemos mejor. En tanto, quedamos en espera de verdaderos debates en el IEEG.
LALC