Queridas víctimas de esta columna con quienes he pasado más de dos décadas: al llegar al sexto piso (60 años), igual que otros paisanos vi que el calendario de la vida se acortaba y digamos que “si iba para Silao, ya ando por el aeropuerto”.

Pues sí, aunque la pandemia del COVID nos redujo la esperanza de vida en México casi tres años, los varones andaremos por los 75 años, algunos nos preguntamos cuál será nuestro legado y cuántos nos mantendrán en la memoria por lo que hicimos (bueno o malo). Así, que, habiendo resistido a la compra de paquetes funerarios -por aquello de que las tradiciones mexicanas nos llevan a cementerios- siendo práctico, me imaginé mejor quedando en lo material, reducido a un puñado de cenizas orgánicas.

Los datos estadísticos reflejan que una parte muy pequeña de la población toma decisiones de inversión para pagar anticipadamente un recinto funerario, pues la vida se nos va en mantenerla y poquísimos piensan en ese asunto complicado de “cómo terminará esta historia” y menos en cómo y dónde se depositarán nuestros restos. 

Hay una tendencia también a que las personas sean incineradas, debido a la saturación de los panteones municipales y a que los costos de los espacios son cada vez más altos. Y aquí es donde está lo interesante: hay quienes se imaginan con sus cenizas, digamos, que anden libres por la biósfera, ya esparcidas en el mar, ya depositadas en un bosque. Otros desean conservarlas en “urnas” y éstas en nichos de templos o de frías funerarias. Todo porque el depósito de huesos como tradición, se ha ido perdiendo. Estas “urnas” incluso hoy, se hacen ya personalizadas y aunque no lo crean, hasta pintadas con los verdes colores de la Fiera o el rojiblanco de las Chivas, ya se hacen y venden bien.

Pues resulta que en los 40 años de participar en Ciudad del Niño Don Bosco, siempre supe de las criptas funerarias que por siglos se han conservado en esta maravillosa hacienda de Santa Rosa y que le dan -junto con otros elementos históricos- esa invitación a recorrer este “monumento histórico nacional”, así catalogado por el INAH (Instituto Nacional de Antropología e Historia). El año pasado, con motivo de los 80 años de la llegada de los menores refugiados polacos que huían de los horrores de la Segunda Guerra Mundial, fue como recorrí todos los rincones (incluyendo los túneles de escape de la hacienda) de este recinto histórico y lleno de evidencias de miles de menores que aquí vivieron y tuvieron un refugio, disfrutando los jardines, aves y la paz idónea para la meditación y la convivencia con menores.

Aquí encontré lápidas de hacendados que quisieron aquí tener sus restos, así como de vecinos de Santa Rosa que por tradición están ligados a la hacienda, pues muchos de ellos fueron trabajadores, alumnos o internos, pues solo desde 1960 en que llegan los salesianos, cantidad de personas se sienten ligadas a este hermoso recinto.

Pero el otro factor que me animó a recuperar la historia de las criptas es la sustentabilidad financiera de la obra salesiana, pues las 20 mil historias de menores que están documentadas, ya huérfanos, ya migrantes, ya internos, ya en vulnerabilidad social o conflicto con la ley, siempre requirieron de personas generosas que con donativos han sostenido a Ciudad del Niño, desde que se llamaba “Ciudad del Niño Obrerito” en 1951. 

Fue así que presentando un proyecto a la Inspectoría Salesiana (las autoridades máximas), fue aprobada la idea de recibir donativos para albergar urnas de cenizas en las inmediaciones del templo de María Auxiliadora, construido en el siglo XVII. Sí, en el altar, en el hermoso corredor de la sacristía, en los jardines abiertos del templo y en el bien conservado coro con vitrales históricos, donde se ubican ya los espacios para los nichos funerarios.

Aunque soy de los que quisiera que una parte de mis cenizas abonara la tierra de tantos miles de arbolitos que alcancé a sembrar, me animó que una parte de ellas se quedara en Ciudad del Niño Don Bosco, donde siempre viven cantidad de menores que aquí reciben educación y amor. Por eso les invito a que conozcan la zona de criptas y que, si desean hacer un donativo deducible de impuestos para tener aquí sus restos, no solo colaborarán a una obra hermosa de los salesianos, sino que sepan que sus cenizas estarán rodeadas y aumentarán la sonrisa de los chiquillos.

 

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