Los insultos son los argumentos de aquellos que están equivocados”.
Fénelon, Las aventuras de Telémaco
A muchos les gustó más el segundo debate presidencial que el primero y lo entiendo. Al respetable le gusta ver sangre. En este segundo debate una Xóchitl Gálvez más suelta, sin el nerviosismo del primer encuentro, arremetió desde el primer momento contra la que llamó “la candidata de las mentiras” y, más tarde, “narcocandidata”. Me pareció especialmente lamentable el ataque en el que mostró las imágenes de su exmarido, Carlos Imaz, recibiendo dinero de Carlos Ahumada; atacar a una mujer por una acción realizada por una pareja (anterior o actual) es para mí inaceptable. Claudia Sheinbaum respondió también con etiquetas y descalificaciones contra “la candidata del PRIAN” o “la corrupta”, como la llamó después. Jorge Álvarez Máynez, quien por alguna razón quiere presentarse ahora solo como Jorge Máynez (quizá tiene algún agravio con su padre o no le gusta tener un apellido común), trató de mantenerse al margen, pero no resistió recurrir también a descontones, como cuando le atribuyó a Xóchitl la responsabilidad de las políticas de Vicente Fox. Ella respondió: “Yo soy Xóchitl, Fox está en su rancho. Yo me mando sola”. Tanto los ataques a Claudia por Imaz como los de Álvarez Máynez a Xóchitl por Fox me parecieron machistas.
En la parte sustantiva, los candidatos mantuvieron la competencia por ver quién promete más. Sheinbaum afirmó una vez más que solo su gobierno garantizará que se preserven los programas sociales. Salió, ahora sí, a defender los proyectos del presidente López Obrador, ya que después del primer debate fue criticada por varios influyentes lopezobradoristas, empezando por el periódico La Jornada, por no haber defendido con suficiente ahínco los programas del presidente. Gálvez insistió en que ella mantendría los programas sociales y que, además, los fortalecería; insistió en que bajaría la edad para la pensión de adultos mayores de 65 a 60 años. Ni la una ni la otra explicaron cómo financiarían sus proyectos. Gálvez dijo que lograría ahorros en Pemex, que dijo ha perdido 800 mil millones de pesos en este sexenio, pero el costo de bajar las pensiones a 60 años ascendería a muchos billones de pesos con el tiempo.
Sheinbaum afirmó, correctamente, que el gobierno de López Obrador ha reducido la pobreza. Es información del Coneval. No dijo, sin embargo, que esta baja no se reflejó en una disminución de la pobreza extrema, en buena medida porque los programas sociales ya no se focalizaron en los más pobres, como hacían los gobiernos anteriores. Añadió, equivocadamente, que esta mejoría es producto de un aumento en los salarios, utilizando la falacia tan común de que los salarios mínimos son equivalentes a todos los salarios. No reconoció, por otra parte, los fuertes retrocesos que ha tenido el país en salud y educación, también registrados por el Coneval y por la prueba PISA, que hoy el gobierno quiere abandonar. Si bien los temas del debate eran económicos, Gálvez hizo bien en colocar sobre la mesa el tema de la extorsión; ya es tan generalizado el problema que está empezando a afectar la producción y los costos de los productores.
Quizá el debate del domingo fue un buen espectáculo, como una pelea de box o un encuentro de lucha libre. Pero a mí no deja de molestarme el intercambio de descalificaciones e insultos. La política debería ser el arte de discutir los temas de fondo para buscar soluciones aceptables a todos o a las mayorías. No me entusiasma un debate convertido en lucha en lodo, pero a eso se han reducido ya los debates y las campañas.
Y el ganador
Todos los candidatos se declaran ganadores después de los debates. Sheinbaum lo hizo en el mismo encuentro. La experiencia nos dice, sin embargo, que lo importante es si cambia el rumbo de una elección. Lo hizo el “debate sobre el debate”, el “hoy, hoy, hoy” de Vicente Fox, en la campaña de 2000. Sin embargo, no hay ninguna indicación de que los dos debates de 2024 hayan cambiado las intenciones de voto.
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