Nos vino esto como anillo al dedo para afianzar el propósito de la transformación”.
Andrés Manuel López Obrador
La pandemia de COVID-19 fue una tragedia para el mundo y para México. El presidente López Obrador y su leal escudero Hugo López-Gatell, quien afirmó el 16 de marzo de 2020 que “La fuerza del presidente es moral, no una fuerza de contagio”, buscaron ocultar la gravedad del coronavirus desde un principio y tomaron decisiones dramáticamente equivocadas. Con su hábil manejo del arte de la propaganda, López Obrador llegó a afirmar que “México está dando un ejemplo en el mundo”. El Informe de la Comisión Independiente de Investigación sobre la Pandemia de COVID-19 en México (www.comisioncovid.mx) revela, por el contrario, que la enfermedad se encaró de una manera tan inepta que llegó a lo criminal.
Los intentos por minimizar la pandemia fueron vergonzosos. El 2 de abril de 2020 el presidente declaró: “Es una situación pasajera, una crisis transitoria de salud pública. Vamos a salir pronto; no es una debacle; son mucho más nuestras fortalezas que nuestras debilidades o flaquezas”. Comentó ese día que la pandemia “nos vino como anillo al dedo para afianzar el propósito de la transformación”, con lo cual recalcó que le importaban más los resultados políticos que la mortandad. El 28 de mayo de 2020 añadió: “Ya se domó la pandemia, ya se alejó el riesgo de una saturación en hospitales. Eso, afortunadamente, ya se superó”. En ese momento, sin embargo, empezaba apenas la primera gran oleada de mortandad de varias que sufrimos.
El gobierno de México y los de algunos otros países, como el de Jair Bolsonaro en Brasil, “adoptaron una posición negacionista que subestimó sin fundamento la gravedad de los riesgos iniciales”. En México, la llegada del coronavirus coincidió con el desmantelamiento del Seguro Popular y la destrucción del Fondo de Protección contra Gastos Catastróficos en salud, con un saldo de 40 mil millones de pesos. “Aunado a la mala planeación y la incertidumbre creada entre la población, los médicos y los funcionarios, la apuesta por el Insabi inyectó grandes dosis de inestabilidad al conjunto del sistema”.
Hasta la fecha, en su página datos.COVID-19.conacyt.mx, actualizada por última vez el 25 de junio de 2023, el gobierno registra un acumulado de muertos por COVID de 334,336. Es una cifra enorme si la comparamos con la estimación, el 4 de junio de 2020, de López -Gatell, quien dijo que el escenario mínimo era de 6 mil y el “catastrófico” de 60 mil. Esta cifra oficial, sin embargo, se redujo artificialmente por la negativa persistente a realizar pruebas, como recomendaba la Organización Mundial de la Salud, y por el registro de muertes por razones distintas a las que realmente las ocasionaban.
El Informe, empero, revela que el número de muertes en exceso, o sea, por arriba de las tendencias naturales, fue de 807,720 hasta el cierre de 2022. De estos, cuando menos 297,150 “no pueden explicarse aduciendo determinantes estructurales que escapaban al control de las autoridades gubernamentales”. Eran muertes evitables.
Lejos de ser un ejemplo para el mundo, el manejo de la pandemia en México fue un trágico fracaso. El documento ofrece tres claves para entenderlo: “la permanente subestimación de la gravedad del virus, la centralización y personalización de las decisiones, y la política de austeridad. Son errores que se atribuyen directamente a los tomadores de decisiones, a quienes instrumentaron las medidas y a quienes condujeron la comunicación de los mensajes a la población”. Sí, hay responsables con nombre y apellido por la muerte innecesaria de cuando menos 297 mil personas.
Callar conciencias
Adrián LeBarón, a quien AMLO se niega a recibir, denunció que el gobierno está despidiendo a quienes llevan “nuestro caso”. Ya destituyeron a la abogada en la CNDH y ahora quieren hacerlo con el responsable en la Comisión de Víctimas. LeBarón pidió al presidente “que haga lo necesario para que ese apoyo continúe; se trata de pacificar el país, no de callar conciencias”.
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