Según la OMS, el envejecimiento o senectud comienza a los 60 años…Según otro artículo, de la revista Dialnet de contenidos científicos, se le llama “adulto mayor joven” a la gente de 55 a 64 años, “adulto mayor maduro” de 65 a 74 años, “adulto mayor” de 75 a 84 años, y “ancianos” a los mayores de 85 años… nonagenarios, centenarios.

No lo sé… No estoy tan segura de estar ya en mi “vejez”… Tengo 61 años… Lo que sí sé es que ya no tengo la misma energía que antes… Que ya me canso si hago muchas cosas, que mi metabolismo se ha hecho más lento; que si me desvelo ya no me recupero tan rápido… ¡Y me levanto con dolores que desconocía!

También he notado que se me olvidan más las cosas… Que voy a la cocina y regreso al cuarto porque ¡no sé qué fui a buscar!… Pierdo el celular y las llaves con mucha más frecuencia que hace cinco años… Y tengo que esperar algunos segundos (a veces minutos) para encontrar el recuerdo, el nombre de la persona o la palabra correcta… Que parecía estar en la punta de mi lengua, pero que por algún motivo, se niega a ser pronunciada… Y aún a veces, ni siquiera por casualidad o referencia la encuentro.

¡Soy tan feliz de ser abuela! ¡Me fascinan y embrujan mis nietos!… Pero no puedo dejar de reconocer que no me puedo agachar como lo hacía antes; o sentarme a jugar en el suelo y cargarlos, sin que se me resienta un poco la espalda o la rodilla y que acabe “muerta” al final del día.

Me impresiona ver cómo “viejitos”, gente que yo creía de “mi edad”… Los veo (nos vemos) canosos (bueno, las mujeres tenemos la ventaja de que nos pintamos el pelo… aunque algunos hombres también lo hacen), calvitos, arrugados, más jorobados y caminando más lento por la vida… ¿A dónde se fue nuestra vitalidad? ¿Por qué pareciera que nos salieron arrugas o canas de un día para otro? ¿Qué nos pasó? ¿Por qué, de repente, se nos va la voz o se nos ve el cuello con pliegues? 

La hermana de una amiga le comentaba: “Oye, Fulanita, ¿te acuerdas que antes íbamos a las fiestas y había una mesa de gente grande? ¡Ya no hay! ¡Ya no veo mesas de gente mayor!… Y mi amiga le contestó:  “Mensa, ¡nosotros somos ahora la gente mayor!”.    

Creo que me está costando trabajo aceptar esta parte de mi vida. Voy al doctor y algunos los veo tan jóvenes, que dudo de que lo sean. Veo mamás o papás con niñitos, ¡e igual no imagino que puedan ser tan chavales y tener varios chiquillos!  

Me da risa, y muevo la cabeza como lo hacían mis abuelos, cuando oigo a mis hijas sentirse “viejas” porque ya cumplieron 30 años… “¡Treinta años -les digo- si están en su plenitud!”… pero se voltean y me miran incrédulas como miraba yo a los adultos mayores que me decían los mismo.

De menor edad, recuerdo que celebrábamos los 40 años como si fueran “over the hill”… Y nos reíamos y bromeábamos al respecto… ¿Cuál “bajada de la montaña”?… ¡La bajada de la montaña se da después de los 60! ¿Por qué nadie me avisó que de los 55 a los 60 iba a envejecer tan velozmente? ¡Me siento traicionada, engañada!

En algún lado leí que dentro de cada anciano hay un joven diciendo: “¿Qué diablos pasó?”… Y sí, aunque me cuesta admitirlo, tengo que reconocer que me está pasando eso…Y lo que me parece más fuerte aún es que ¡cada día, cada año, va a estar peor la situación!

Pero, aun así, no puedo dejar de agradecer que ¡estoy viva! ¡Sobreviví al COVID ! Aun con tantos achaques y sinsabores físicos y mentales, ¡aquí estoy, caminando, de pie, mirando al futuro con esperanza! ¡Contenta de ser lo que soy, de contar con una pareja, hijas, nietos, yernos, familia y amigas! ¡Con la suficiente salud y energía para gozar cada día, cada momento! Sí, ya no soy la de antes, pero también la edad me ha dado una paz, una sabiduría, una conciencia, una experiencia ¡que no tenía y que no sabía que existía!

Sí, estoy envejeciendo… ¡Pero me siento muy afortunada de poder hacerlo! ¡Y procuraré hacerlo con gracia y elegancia!

LALC

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