El próximo jueves estaremos en veda electoral: un periodo que manda la ley para la reflexión profunda de la ciudadanía en relación con su voto, un golpe de silencio a las estridentes campañas antes de acudir al llamado democrático. Otra tontera más de aquellos que piensan que el mundo gira entorno a la clase política, una jalada, otra estupidez.

Como sea, el siguiente jueves no podré escribir sobre elecciones ni candidatos. Nadie podrá hacerlo, en estricto sentido, porque estaremos en “veda”, como si eso fuera a cambiar cualquier cosa.

El 3 de junio, con una nueva presidenta electa, estaremos en el mismo país con las mismas oportunidades y los mismos problemas. Todo seguirá igual salvo el encono entre ganadores y perdedores. Todo será exactamente igual, sólo que un poquito peor, con la extrema polarización añadida.

Creo que es muy probable que gane Claudia Sheinbaum. De no ser así, creo que todas las encuestadoras, salvo Massive Caller, deberían cerrar y sus dueños dedicarse a otra cosa, podría ser bailar en TikTok o decodificar lenguas muertas: cualquier cosa harían mejor que sus encuestas.

Creo también que, si Sheinbaum gana por menos de 10 puntos a Xóchitl Gálvez, si la diferencia termina, no sé, en unos 6 o 7 puntos, Xóchitl habrá ganado en términos reales, aunque esos mismos 6 o 7 puntos son un mar que representa a millones, no es el océano de 20 puntos que nos venden las mismas encuestadoras.

Sheinbaum será una presidenta arrogante y alejada de la gente, el carisma no es su fuerte y no la veo desgastándose en frivolidades. No le interesa la empatía, simplemente es lacónica y dura. Creo que intentará dedicarse a gobernar y a construir el mentado segundo piso de la 4T.

Me aterra pensar que, a diferencia de su desaseado jefe, López Obrador, la nueva presidenta sea extremadamente eficiente en la destrucción de libertades. No me acabo de tragar el cuento de que Sheinbaum será distinta y más moderada, pero tampoco creo en las exageraciones de la oposición más radical que ven en su triunfo un reinado de oscuridad repleto de amargura.

Algo queda clarísimo: Claudia Sheinbaum Pardo no es Andrés Manuel López Obrador, llegará a su sombra, pero una vez en la silla no habrá heredado ese halo de popularidad cuasi religiosa que hace a López Obrador tan poderoso.

Pero, para su infortunio, Sheinbaum sí heredará el odio que sembró López Obrador. Tendrá que gobernar a un gran sector del país que no sólo no votó por ella, sino que la aborrece y que hará todo lo posible por descarrilar su gobierno.

O se dedicará a tender puentes y buscar hacer el mejor gobierno para el país o seguirá los pasos de la cerrazón y el humor despótico de su patrón.

La nueva presidenta no tendrá luna de miel.

A menos, claro, que resulte la gran triunfadora con sus más de 30 puntos de ventaja.

En ese caso, me temo que habrá que aceptar que México es populista extremo. Habrá que aceptar que los opositores y contrapesos del sistema son, somos, una raquítica minoría.

De Colofón.- Más allá del círculo rojo de la intelectualidad, ¿a alguien más le importa la intelectualidad?, ¿siguen siendo la consciencia del país? ¿270 y cuántos?

Faltan 9 días para la elección.

@LuisCardenasMX
 

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