Vibrante. Enjundiosa. Nerviosa. Desde que decidió buscar la candidatura de la alianza opositora -una senda cuesta arriba sembrada de obstáculos-, no parece haberse detenido a respirar. Nada la define como esa imagen en la que, enfundada en su casco, la vemos pedalear sin pena: pura energía, a veces desbocada, sin que ella misma sepa adónde habrá de conducirla. Si su rival es una corredora de fondo, disciplinada y obsesiva, incapaz de mirar hacia otro lado (la próxima semana intentaré dibujarla), Xóchitl prefiere los sprints, los atajos y la invención -no siempre afortunada- de rutas alternativas.
Su mayor baza es su talón de Aquiles: no es, y al mismo tiempo sí, parte de la clase política que, a regañadientes, no tuvo más remedio que apoyarla, como la luz que a veces es onda y a veces partícula. Hasta hace poco nadie habría pensado que una empresaria de origen indígena, que se define de centroizquierda -aunque su perfil muta día tras día-, habría podido encabezar la variopinta, por no decir anómala e incoherente, oposición a López Obrador. Su carrera es, sin duda, admirable: de un pueblo de diez mil habitantes en Hidalgo -una zona de lacerante pobreza, debida a los inagotables gobiernos del PRI que ahora la apoya- a la antesala de Palacio.
Las anécdotas sobre sus esfuerzos para estudiar en la UNAM, pese a las burlas clasistas, exceden la estrategia lacrimógena: en un lugar con estirpes políticas incombustibles, ella no le debe nada a ninguna. Y, frente a Sheinbaum, que proviene de una familia que posee el único otro elemento de ascenso social en nuestro país, la riqueza intelectual, ella se forjó a sí misma, y eso no es poco. Elegida por Fox cuando -aunque los jóvenes no puedan creerlo- este representaba la esperanza, inició su tortuoso paso por la política, que podría haberla llevado tanto al PAN como al PRD (y luego a Morena). Frente al cúmulo de ultraderechistas enfebrecidos que pululan por doquier, es un respiro que una mujer como ella, el reverso de la radicalidad, encabece la segunda fuerza del país. Solo por ello deberíamos celebrar su aventura: en un universo paralelo, Lilly Téllez ocuparía su lugar.
Cuando al fin los partidos tradicionales doblaron las manos para cobijarla -valiéndose de los chanchullos de costumbre-, Xóchitl ya era un cohete. Su estallido revitalizó a los detractores de la 4T y provocó el justificado temor de López Obrador, y luego su furia: acaso él ya no sea otra cosa que furia concentrada. Para enfrentarse a su primero los pobres (que en realidad ha sido: primero los pobres y los ricos, y al último la clase media), aparecía una mujer de una clase social mucho más modesta que la de su candidata. Su desparpajo y tozudez parecían capaces de entorpecer su culto transexenal y desde entonces AMLO se ha dado a la tarea de derruirla con todas las herramientas del Estado: justo lo que Fox o Calderón hicieron en su contra.
Estallar no es, sin embargo, perdurar. La valentía de Xóchitl ha estado a la altura de su inconsistencia: una cosa es ser moderada, otra decirle a cada cual lo que quiere oír. Funciona unos días, luego cansa y decepciona. Optó por seguir adelante sin saber cómo seguir: de allí sus tropiezos, sus dislates, su distracción. Así como Claudia defiende una agenda que ya poco tiene de izquierda, Xóchitl es la fachada de tres partidos que -como revelan sus lapsus- representan algo que ella jamás habría querido encarnar. No hay remedio: ellos hacen como que la respetan, ella como que les cree. Al final, su discurso es un batiburrillo sin programa, repleto de ocurrencias y gracejadas.
Tarea difícil la suya: oponerse a la militarización lopezobradorista con Calderón a cuestas y denunciar la corrupción de la 4T con Alito al lado. Muchos -tanto los intelectuales que llamaron a votar por ella como los dirigentes panistas y priistas- asumen que se trata del mal menor. Es poco probable que ello baste para que su deslumbrante vuelo no acabe por los suelos. Solo algo parece seguro: si -como se prevé- termina derrotada, sus incómodos aliados serán los primeros en abandonarla. Ella, en cambio, seguirá pedaleando.
@jvolpi