Me gusta pensar que el próximo lunes el país despertará con ánimos renovados. Que sin importar los resultados habrá un denominador común para seguir adelante: una altura de miras para aceptar triunfos y derrotas. Las pasiones polarizantes comenzarán su hibernación y que la esperanza podrá sentirse en el aire.

También me gustar pensar que no importa la cantidad de grasa y azúcares que meta en mi cuerpo, simplemente no engordaré, que tengo la energía de hace 25 años y que seré el afortunado ganador del premio mayor de la lotería. Así me dedicaré a viajar por todo el mundo el resto de mi vida, pero por desgracia mis fantasías casi siempre se quedan ahí: solo son sueños, hermosos delirios con los que mi cerebro activa un mecanismo para defenderse del exceso de realidad y malas noticias, aunque eso no tampoco le quita lo bello.

Ya, lejos de la ficción, usted y yo sabemos que por más positivos que queramos ponernos, el país será un campo batalla para la próxima semana, los derrotados se sentirán frustrados e impotentes, los ganadores ensoberbecidos y con una sed brutal de venganza y el país avanzará hacia una polarización mucho más profunda.

Quizá el peor escenario es el de una especie de empate, como seguramente se registrará en varias contiendas que hoy por hoy se antojan muy cerradas: nadie aceptará la derrota y tendremos más incertidumbre.

El país, eso sí, seguirá siendo el mismo: no desaparecerán ni los chairos ni los derechangos. Tendremos que soportarnos mutuamente sin importar la carga de odio que arrastremos entre nosotros. Lo peor es que los mismos problemas estarán ahí para joder más nuestra vida: la sensación de que nos van a matar en cualquier esquina por un fuego cruzado entre los malandros que realmente son los que mandan en el país, la maldita inflación que nos pone todo más caro y hace inalcanzable para muchos lo que antes era básico, el empleo cada vez más jodido y la corrupción cada vez más cínica y asquerosa. Seguiremos siendo iguales, sólo que un poquito peores.

Gallup publicó un estudio hace un par de días sobre la confianza electoral de los mexicanos, el resultado es de pánico: 55% de los mexicanos no confía en el proceso electoral; es decir que más de la mitad del país, con todo y que vivimos en una de las democracias más onerosas del planeta, puede llegar a afirmar que habrá un fraude.

El cambio que estamos viviendo es grave, denso, no sé si para bien o para mal, pero a nivel global la desconfianza a los gobiernos es apabullante. El crecimiento del movimiento libertario y de algo parecido al anarcocapitalismo ha dejado las teorías marginales para convertirse en prácticas reales. Ahí está Javier Milei en Argentina o Kim Kataguiri en Brasil, que abogan estridentemente por más libertad de mercado y menos gobierno.

¿Cómo serán los candidatos, las propuestas y las elecciones del México de 2030?, ¿tendremos a un candidato libertario que pugne por la brutal reducción del Estado que claramente ha fallado?, ¿tendremos propuestas radicales?, ¿tendrán sentido todavía las encuestas?, ¿tendrá sentido nuestra viejísima narrativa de la realidad?, ¿qué pasará con las democracias en el mundo que hoy están en sus peores momentos?

Como sea, gracias por dedicarme estos minutos, mi humilde sugerencia: salga a votar, uno nunca sabe cuándo es la última vez.

 

De Colofón

 

Durante la gestión de Sandra Cuevas como alcaldesa de Cuauhtémoc, Diego Montoya Mayén fue despedido de su cargo de director de recursos materiales por malas prácticas en la adjudicación de contratos. Tras ser sorprendido solicitando comisiones a proveedores, Cuevas lo echó y se inició una investigación para inhabilitarlo.

No obstante, con Cuevas en campaña y fuera de la oficina, el alcalde interino Raúl Ortega lo ha reincorporado. Este movimiento ha generado críticas, especialmente porque el contralor actual, Leonardo Rojas Nieto, ha retrasado el proceso de inhabilitación, lo que sugiere un posible intercambio de favores políticos.

VOTE y recuerde que es probable que haya ley seca.

Faltan dos días para la elección.

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