Decidir es uno de los ejercicios más complejos que podemos experimentar. Las decisiones implican asumir la responsabilidad de las consecuencias que esta elección trae en su apetitoso paquete. Hoy, mi dedo se pinta y, desde mi derecho ciudadano, elijo entre lo mejor y lo menos peor de lo que me ofrecen. Reflexiono, para pintarme, desde mis principios: ¿con qué sí puedo vivir? ¿qué no puedo tolerar? Y desde la observación, voy conformando lo que desde mis necesidades y aspiraciones es más afín.
Razono con frialdad los aspectos negativos, esos con los que no concuerdo, y con buen ánimo abro mi bola mágica para imaginar un futuro probable. Ahí pongo esa parte oscura con la que no coincido, y con sinceridad me pregunto: ¿puedes convivir con ello? Si la respuesta es positiva, continúo; de lo contrario, sin dudarlo, cambio el rumbo.
Escucho esa maravillosa voz llamada intuición todas las veces que sea necesario, pues sé que raramente se equivoca pues ella trae mi instinto de salvación, hace recuento de mi experiencia y toma nota de todo aquello que bien sé vale la pena anotar, y que yo olvido. Ella sabe, hay decisiones cruciales que definitivamente harán mi destino; son así las decisiones, los pernos en los que se afianza mi vida.
¿Qué estoy decidida a cambiar? ¿Qué sí puedo ofrecer? ¿Quiero seguir igual? ¿Es la amargura o el resentimiento lo que me lleva a actuar? ¿Qué pierdo con esta decisión? ¿Afecta mi decisión a otros? ¿Soy consciente, y son conscientes los demás, de que mi decisión les afecta?
Con lentitud, me respondo, pues sé que una vez que tome la decisión esta será rápida y no hay manera de mirar atrás. Confieso que han sido muchas veces las que no he acertado, tantas que he perdido la cuenta, mas como diría la canción: “soy como el junco que se dobla, pero sigue en pie”.
Entonces, más me aferro a mis valores, pues sé que al tenerlos cerca no sólo será más fácil tomar la decisión sino asumir las consecuencias, pues son esos valores los que me permitirán sobrevivir el daño. Si me equivoco aceptaré mi vulnerabilidad, y si acierto también, pues no todo depende de mí, no todo está en mí, no tengo todos los hilos, no puedo controlar el atropellado viaje que la vida me ofrece, hay acciones, decisiones de otros, que impactarán en mi vivir. Me reconozco un pequeño actor, insignificante, en este vasto juego de naipes.
Entonces en la fragilidad encuentro fortaleza; en la incertidumbre, la posibilidad de crecimiento y en mis temores consuelo. Cada decisión, aunque envuelta en dudas es una oportunidad para reafirmar quién soy y quién deseo ser. Así, con cada paso construyo mi camino, consciente de que las decisiones no solo moldean mi presente, sino que también esculpen mi futuro. Decidir es un acto de fe en uno mismo y en la vida, una apuesta por el cambio y la evolución.
Este domingo, una certeza hay en mi ser: México sale ganando con mi voto, ahora solo me queda esperar que Dios quiera, que muchos, quieran bien.