Caminábamos, el sol golpeaba con furia inclemente, así que escogimos la banca más sombreada para nuestras confidencias. Y es que a veces, se sobrecarga el alma y pide a gritos un buen interlocutor, alguien que sin juicios nos retroalimente permitiendo hacer nuestras exposiciones y planteamientos, y al hacerlo, nos explicamos también a nosotros mismos, logrando con esta práctica, darle a las cosas sus reales dimensiones.
Sí, porque el corazón y la mente magnifican, engrandecen y a veces terribilizan, anunciando desastres con un ruido de mar de fondo, como un tsunami que se acercara a gran prisa. Y entonces, la escucha se vuelve una inminente necesidad, es verdaderamente urgente vaciarnos de palabras
Platicando contigo me puse a mirar la alameda, y un cuadro de diálogo se abrió sin pedir permiso. Mi pensamiento miraba dos parques, la diferencia, el alterno o ficticio, era enorme, con las dimensiones del jardín y el patio de mi casa que permanecen grabados con certeza, puesto que fueron percibidos con mi estatura pequeña de ese tiempo archivado.
Por supuesto que no te diste cuenta de lo que estaba sucediendo conmigo, porque te escuchaba con atención y retroalimentaba tus palabras. Mientras tanto, en esa ventana sólo visible para mis ojos, me observaba por el lateral de la alameda, correteando una luna huidiza, con el corazón desbocado a toda carrera en esa noche memorable. Estaban empalmados los tiempos en una ilusión óptica, pero no te lo dije, porque te causaría molestia y no era momento de interrupciones, aunque seguramente, esto también suele sucederte a ti, es muy común repetir historias en los mismos escenarios.
Sí, yo he caminado sobre mis pasos siguiendo el rastro de mis huellas, puedo aventurarme a narrar al detalle y atestiguar mis risas en este mismo parque, aunque haya quien dude de mis remembranzas y anule ese tiempo diciendo que ya lo olvido.
Si pudieras comprender el lenguaje de mis ojos, te habrías percatado que estaba observando el árbol majestuoso que el aguacero desgajó, sí, ése que cayó con un estruendo de polvo y astillas con fuerza siniestra, cimbrando las casas vecinas, pero para ti era sólo un tronco seco que no te significaba nada.
Pensé en decírtelo, introducirte como un invitado, hacerte participe y hablarte de Él, de lo alto e invulnerable que solía ser, como portaba orgulloso sus ramas poderosas repletas de nidos. Pero me detuve a tiempo, he aprendido que no hay peor desaire que desvalorizar una conversación imponiendo la propia. Así que seguimos charlando en el parque, que como un ente vivo nos escuchaba atento, atesorando nuestras palabras para repetirlas más tarde, para descartar el riesgo de extraviar una sola de ellas.