Durante meses se engañaron a sí mismos. Cerraron los ojos y los oídos. Se miraron a diario en el espejo. Creyeron -una vez más- que tenían el monopolio de la verdad. Hay entre ellos auténticos conservadores, ese pequeño reducto que, desde las épocas del PRI hegemónico, siempre votó por el PAN. Pero también están allí -muchos son y seguirán siendo mis amigos- profesionales, empresarios y algunas de las mentes más lúcidas del país. Pensaban, o más bien tenían fe, en que las encuestas, todas las encuestas -salvo una obviamente chapucera-, iban a equivocarse solo para darles la razón.

Una vez que los hechos los desmintieron, los más sensatos no han tenido más remedio que aceptarlo: erraron tanto en sus expectativas -el milagro de un voto escondido que al cabo solo los perjudicó más- como en su estrategia. Su olímpica certeza y el tono apocalíptico de su mensaje, dotado de buenas dosis de condescendencia, a la postre resultó contraproducente para su causa: la mayor parte de los ciudadanos no compartió su terror. Más de 35 millones de votantes se negaron a aceptar que la suma del PRI y el PAN -el epítome de la corrupción y el artífice de la guerra contra el narco- fueran una forma de corregir los excesos de López Obrador.

Peor ha sido la reacción frente al desengaño. Alentados por los dirigentes y candidatos de la fracasada Alianza -quienes solo buscan ganar tiempo antes de ser expulsados de sus cargos-, se negaron a aceptar los hechos. Contribuyeron a esparcir la desconfianza hacia el sistema electoral o se inventaron un fraude imposible. En un México al revés, quienes marcharon para defender al INE de pronto pasaron a denostarlo -no muy lejos de los fanáticos de Trump- y quienes se burlaron de AMLO y su casilla por casilla pasaron a exigirlo, mientras, del otro lado, los que antes atacaron ferozmente al INE -y todavía intentan desguanzarlo, aun comprobando lo bien que funciona- se han convertido en sus incómodos defensores.

Pasmados ante la magnitud de la derrota, han resucitado las más ominosas formas de clasismo y de racismo -la culpa de la catástrofe es de los pobres, de los ignorantes, de quienes se venden por lo que a ellos les parece una bicoca-, dándole una vez más la razón a esa mayoría del país que se negó a acompañarlos. Los que no entendieron a México en 2018 no lo han hecho mejor en 2024; López Obrador, en cambio -nada podría enfurecerlos más-, les ganó la partida en las dos ocasiones. Y lo hizo porque, en vez de que rectificaran y se dieran cuenta del abismo que los separa de la mayoría, se engolosinaron en su superioridad moral. Sin darse cuenta, cayeron en la trampa del Presidente: a fuerza de que éste los llamara conservadores en cada mañanera, acabaron comportándose como tales.

No es, por supuesto, que no tuvieran razón en muchas cosas, tal vez en la casi todas sus críticas. AMLO es un líder autoritario y -lo repito- un populista todavía más conservador que ellos, decidido a cumplir sus caprichos a costa de traicionar las convicciones progresistas de sus seguidores, pero nadie ha sabido leer -y, al mismo tiempo, modelar- el espíritu de nuestra época como él. Pasará tiempo antes de que un análisis objetivo nos indique si con él en realidad mejoraron las condiciones de vida de los más pobres, pero no cabe duda de que logró convencer a la mayor parte de la población de que así ha ocurrido. Y sentir que uno está mejor es casi tanto como estarlo: una regla invariable y justa de la condición humana.

Estamos, sí, en peligro. Tras 18 años en campaña, AMLO aún quiere una última humillación a sus enemigos con sus veinte reformas. Muchas son, en efecto, antidemocráticas y otras minan brutalmente los derechos humanos. Claudia Sheinbaum y sus asesores moderados saben que, de aprobarse, pagarán un precio muy alto: habrá que ver hasta dónde, ya con la fuerza de las urnas, logran resistir. Del otro lado no hay, por el momento, oposición. Su arrogancia deja huérfano no solo a ese 40 por ciento que no votó por Sheinbaum, sino incluso a quienes lo hicieron sin querer que la hybris de este último y enfebrecido López Obrador prevalezca sobre el interés de su sucesora y del país en su conjunto.

 

@jvolpi

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