En casa teníamos un acuerdo tácito, es decir, de esos que se hacen sin que nadie lo diga ni lo componga. Tampoco están escritos: cuando las cosas se ponen bien feas, cuando el alma se alborota, esos días en los que no hay salida o, como diría mami, “te voltean el mundo”, no hables, guarda silencio, siéntate y observa.

El día que papá murió así fue. Aunque sabíamos -por él mismo- que en cualquier momento le bajarían la cortina, era algo que no habíamos vivido. Entonces un hoyo negro nos devoró, me tragó entera. Un largo silencio me acompañó, a pesar de haber vivido no sé cuántas veces el coraje, la decepción, el enojo, la aceptación, el avasallante dolor y, sobre todo la renuncia. Fue ahí cuando conocí “esa renuncia”, la que se asume con todo el cuerpo, con el alma entera, la que dice: no lo volveré a ver. 

Quizá por eso, cuando ella partió, no había sorpresa, sabía que encima del atroz dolor, este en algún momento menguaría. Tragaría el vidrio molido de la ausencia. Aspiraría la acidez de la orfandad, mas podría seguir, pues aprendí que, aunque duela sé pegar la porcelana de mis emociones y una vez que me levanto, no puedo dejar de caminar, sigo tomando decisiones y asumiendo consecuencias.

Con sinceridad escribo ahora, que estoy en un cuasi silencio. Aun cuando inquieta me muevo sin saber a dónde ir, atrapada en un desconcierto estoy azuzada por una extraña incertidumbre que cohabita conmigo, una que no juzga, ni controla, menos limita; solo está ahí. Me desnudo de creencias, ideas, juicios y opiniones dejando lentamente que rueden al suelo, se fragilicen, las miro desbaratándose, noto como se hacen añicos, de a poco se pulverizan. Ahora sé que estoy lista para sentarme y observar.

Entonces al observar, una vez más la vida me sorprende, pues los pájaros cantan, unas hermosas nubes grises encapotan el cielo y dejan caer con mesura unas cuantas gotas. El calor cede, mi cuerpo deja de chacualear, parece que me seco y, como todos los días puedo sonreír y decirme “Bien, aquí estás ¿ahora qué sigue?”. Podría comenzar con una retahíla de rutinas, quizás abrir el cajón de los proyectos, mas mi mano aún no está lista, la mente está cansada. Respiro con una inaudita fuerza, entonces exhalo.

Observo los millones de basura a mi alrededor, un absurdo desperdicio de esfuerzos y palabras que ahora muertas, se encaminan al gran incinerador. No sé aún si hay triunfadores o todos hemos perdido o quizá un insólito triunfo está por llegar, no lo sé, el tarot mantiene sus cartas hacia abajo y yo no sé leer. La mesura de unos, no apacigua la ira. Las voces del ayer se transforman en ridículos perdones, otros reptan avorazados, algunos lamen heridas inexistentes. Los vaticinadores de la parusía acomodan oraciones, mostrando su hipocresía y, asombrosamente para mi tranquilidad, muchos más siguen en sus cosas. El silencio permite soltar cargas, encontrar claridad en el incierto futuro. Ignorar el fariseísmo de algunos, definitivamente me mantendrá fiel a mí misma y podré seguir.

Estos días, diría mami, son de guardar silencio y esperar.

 

RAA

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