Te has dado a la tarea de la prevención en nuestra casa, pues la información fue muy precisa y no admitía titubeos: Comenzarán las lluvias atraídas por un ciclón, (eso dijeron). Las esperamos para el jueves, a tu decir seguro, caerán con fuerza y los techos deben de estar preparados para resistirlas. Están por llegar, me dices, con tal seguridad, que yo también estoy esperando la ansiada, la prometida, la benéfica lluvia bendita.
Hay que sellar las orillas y las pequeñas grietas para evitar humedades y goteras, impermeabilizar a conciencia y poner membrana, porque el agua buscará entrar a toda costa y no permitiremos que nos tome por sorpresa. En este año no, no a nosotros que estamos siendo precavidos.
Por eso ayer, se barrieron las azoteas, se destaparon de hojas las canales, para que a su llegada la lluvia, corretee ansiosa como chiquilla, baile sobre las tejas y las losas del patio, y nos obsequie el mágico olor de la tierra profunda en donde habitan las más grandes promesas, las que aspiraremos, reteniéndolas con fuerza en los pulmones hasta sentirlas parte nuestra.
Y yo me pregunto; ¿Qué me dicen las lluvias a mí, estoy prevenida para mis tormentas?
No cuento con los mismos criterios, no tengo un meteorológico que me dé su guía y consejo, desgraciadamente, soy proclive a temporales, las lluvias torrenciales y tormentas eléctricas se desatan en mi mente y corazón sin previo aviso, sin pedir permiso ni llamar la puerta.
Humana soy, al fin de cuentas, he aprendido a tomar mis medidas precautorias. No me dejo llevar por pensamientos que me atraen como agujeros negros, porque siento que me succionarán la vida. He descubierto que cuando regreso de esos paseos a destiempo, me resulta complicado ubicarme en mi momento actual con mis cinco sentidos. Me es difícil estructurarme de nuevo, como si extraviada, vagara perdida en esos días imprecisos que insisten en mezclarse en mi presente, como si un jirón de mi alma, ondeara con fuerza detenido de un espino.
Yo, sorteo los temporales mirándolos de reojo, veo pasar los ríos veloces como serpientes reptantes llenos de furia sentada en la orilla, y no me acerco, pues sé que volver no tiene ningún sentido. Así, a la sombra de mí, hoy los veo alejarse y me reincorporo a mi vida. Aunque a veces, esas aguas vivas me atraen a su paso turbulento, desmadejándome, como si de un trozo de madera se tratara, una rama que separada de su tronco fuera reducida a minúsculas astillas. Pero se aleja el pensamiento, se aquieta mi corazón, y yo, estoy en paz de nuevo.
Pero volviendo a las lluvias tan esperadas, por lo que a nosotros respecta, hemos terminado los preparativos, pueden llegar en el momento que quieran sin impedimento alguno. Gustosos les daremos la bienvenida detrás de los cristales, guarecidos, observaremos curiosos detrás de la puerta, misma que no cruzaran. Sólo, nos saludaremos como viejos amigos que se ven a la distancia, involucrando el corazón y la mirada. Más tarde, espero que después de largo tiempo, la veremos menguar y alejarse, dejándonos el regalo de las hojas mojadas y nidos caídos, cual abalorios regados después de la fiesta de la vida, como una señal de despedida.