No cabe duda de que la década de los 80 dio para escribir sobre muchos temas; inclusive, ahora he estado leyendo la promoción que se hace a una serie de episodios (ocho) que se transmite en una plataforma televisiva, denominada “Tengo que morir todas las noches”, basada en los relatos de Guillermo Osorno, sobre la convivencia en un bar del entonces Distrito Federal en la Zona Rosa donde se reunían miembros de la naciente comunidad LGBTTQ+. En esa misma década ubicamos los relatos sobre el personaje policiaco a quien he intitulado Agente Palacios, del cual hoy conoceremos otro de sus casos.
Hacia 1983 recibimos en la Procuraduría de Justicia del entonces Distrito Federal, una denuncia signada por el Director Jurídico de la Contraloría del Departamento del Distrito Federal, donde se relataba una serie de hechos probablemente delictuosos, consistentes en los pagos a diversos talleres de reparación de vehículos propiedad del Gobierno, tomando en consideración que al revisar el origen y verificación de una serie de facturas sobre supuestas reparaciones, lo cual no se hacía sistemáticamente, encontraron los inspectores que a esos vehículos no se les había hecho nada y que ni siquiera habían sido llevados a los talleres que facturaron, por lo que supusieron que hasta ese momento con esos hallazgos podría abrirse una investigación. Desconozco si el propio Regente Don Ramón Aguirre Velázquez habría recomendado ese asunto directamente a la Procuradora, el caso es que el Subprocurador René Paz giró la instrucción de que ese asunto se investigara de manera especial, por tratarse de una posible cadena de corrupción.
Nuestra carta fuerte para esas investigaciones especiales era el Agente Palacios y su grupo de confianza, por lo que le transmití la orden del Subprocurador y le proporcioné la denuncia con sus anexos para que la estudiara y realizara un plan de trabajo, como siempre muy serio y lacónico me respondió que en tres días me informaría sobre su estrategia a seguir. Transcurrido el plazo regresó el Agente Palacios y me dijo que necesitaba le girara de inmediato la orden de investigación autorizándolo para solicitar información en varias dependencias oficiales del Distrito Federal; se cumplió su petición y al cuestionarlo en cuánto tiempo tendríamos alguna novedad, contestó que en aproximadamente quince días tendría noticias, llevando a declarar a testigos y aportando más información probatoria.
Conociendo como era de acucioso y enérgico el Agente Palacios le recomendé tuviera cuidado con el trato a funcionarios de cierto nivel como subdirectores o directores y, en su caso, informara antes de actuar o presionarlos, para evitar quejas. Como a los diez días llamó por teléfono para solicitarme estuvieran atentos tanto el Agente del Ministerio Público encargado de la Averiguación Previa como algún auxiliar que necesitara, porque en una hora iba a arribar a la Procuraduría presentando a seis personas como testigos, así como también para que lo acompañaran a dar fe y recoger diversas cajas con documentación en distintos talleres de reparación de vehículos (las cuales ya tenía resguardadas, pero necesitaba darles el carácter oficial del hallazgo por parte del Ministerio Público). Informé al Director General de Averiguaciones Previas, quien instruyó un área especial para recibir a los presentados y comisionar a varios agentes del Ministerio Público para simultáneamente acudir a los lugares de donde se había asegurado la documentación que llevaba el Agente Palacios.
Las diligencias arrojaron datos muy reveladores, pues estaban involucrados en un cuantioso fraude al erario los dueños de varios talleres de reparación de vehículos coludidos con funcionarios de la administración del Departamento del Distrito Federal de las áreas de Servicios Generales, de Control Vehicular y hasta del área de Pagos de Tesorería. Para ello fueron claves los testigos que presentó “voluntariamente” el Agente Palacios y su grupo, ya debidamente convencidos de colaborar con la investigación y señalando tanto a sus jefes como a los enlaces del gobierno en cargos menores, salvo dos subdirectores y un jefe del área de Pagos que expedía y entregaba los cheques. La cadena funcionaba de la siguiente manera: del área de control de vehículos se generaba una orden de reparación de determinada unidad móvil con sus datos de identificación, la cual era entregada en los talleres mecánicos, estos a su vez ya de acuerdo, remitían un aviso de recepción y revisión con un presupuesto para la reparación, el cual a su vez era autorizado mediante otro oficio de la misma oficina de servicios y control vehicular. Pasados los días que se estimaban de reparación en el presupuesto aceptado, se enviaba un aviso ficticio de recepción y entrega de la unidad de conformidad y se adjuntaba la factura correspondiente para su pago. Una vez enviada la factura autorizada al área de Tesorería salía un cheque que recogía un autorizado del taller previamente contratado y resulta que también el pagador para entregar el cheque recibía el 10% del monto, fuera real o ficticia la reparación, era su costumbre (ahí se mataron dos pájaros de un tiro).
Una vez que el cheque era depositado y acreditado en la cuenta del taller se juntaba lo de las facturas del mes y se le llevaba el 50% en efectivo a los funcionarios del gobierno involucrados. Negocio redondo. El peritaje contable determinó que el fraude ascendía a más de quince millones de pesos en seis talleres distintos.
Para culminar su trabajo el Agente Palacios armó un vistoso operativo donde en un acto simultáneo de flagrancia, denominado en el argot de la Procuraduría “una tiradita” ya con la colaboración de uno de los testigos y operadores de la cadena de corrupción descrita, hubo detenciones al momento de la entrega del 10% en efectivo a la recepción de un cheque y varias detenciones a la entrega de los porcentajes en efectivo de algunos de los talleres mecánicos a los funcionarios de gobierno; en contra de los demás se solicitaron órdenes de aprehensión.
Como en cada caso de los encomendados, el Agente Palacios no aparecía en las noticias ni su grupo, con ningún mérito de difusión; solo se le premiaba internamente por su eficiencia y oportunidad en las investigaciones encomendadas, pues otra de sus cualidades era la discreción. Solo una vez recuerdo que apareció a mi lado cuando se detuvo en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México al Delegado de Coyoacán por la comisión del delito de Peculado; un fotógrafo de la revista Impacto nos sorprendió y el Agente Palacios no pudo evitar el flashazo; pero esa será otra historia.
RAA