Yo creo que de los sonidos más dulces que podemos oír, y más después de estas sequías que hemos estado sufriendo, es el de la lluvia cayendo… sobre nuestros techos, en nuestras calles, entre nuestras manos…
Es una maravilla sentir como el chipi, chipi se va convirtiendo en un tamborileo cada vez más fuerte, hasta que realmente llueve. Es increíble ver cómo nuestros secos campos con la poca lluvia que va cayendo, permite que broten, suavemente, unos pequeños pastitos.
Es fascinante ver cómo nuestro paisaje se ve más limpio y las montañas se ven más cerca. Es lindo ver correr riachuelos por nuestras calles o ver que lleve agua nuestro río de los Gómez. Es impactante ver cómo la temperatura de nuestra ciudad puede variar varios grados con unas pocas nubes y una leve llovizna. ¡Bueno, hasta el humor nos cambia! La gente se siente más contenta, los niños más tranquilos… nuestras vías respiratorias y nuestra piel menos resecas.
No sé si fue porque este año se secó la Presa del Palote y hubo allí una misa especial pidiendo un buen temporal, o porque nos tandearon el agua, o porque las lluvias se atrasaron más de lo acostumbrado, o tal vez fue, porque empezó a escasear el agua en garrafones, los hielos y las pipas o porque vi varios jardines y plantas secándose… pero valoré mucho más la bendición que es la lluvia… ¡y también la gocé más!
¡Y vaya que se hizo del rogar! Porque empezó bien un día, luego se “chiveó” y se hizo del rogar… luego continuó un poco más y ahí va… ¡como que no se termina de animar!
Dicen que nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde… y creo que a varios nos angustió darnos cuenta que no había manera de echar marcha atrás y solucionar el problema. Ojalá y esto nos haga ser aún más conscientes de cuidar nuestra agua, de invertir en reciclarla, de utilizarla inteligentemente… porque verdaderamente, ¡no podemos vivir sin ella!