Los primeros seis meses de operación del Tren Maya arrojan números preocupantes. Éstos en el sentido de que se ve sumamente difícil, por no decir imposible, que esta megaobra llegue a generar “utilidades”. Más bien -como se ha dicho desde antes de su construcción, con la consecuente desforestación de la selva- se convertirá pronto en un elefante blanco que pesará sobre el erario de manera significativa.

Para empezar, está su enorme costo, presupuestado originalmente en unos 8 mil millones de dólares, arribando su costo real a los treinta mil millones de dólares. Ahora, como estuvo a cargo del Ejército no existe rendición de cuentas sobre cómo se gastó ese dinero, de manera que no tenemos forma de saberlo.

Pero ésta no es la única mala noticia, las otras son, primero, que hasta la fecha los usuarios del Tren en el tramo que une Cancún con Palenque no son los extranjeros; sólo una docena de ellos al día se ha trepado a un tren lento y caro. Por lo visto son pasajeros locales los que utilizan no el recorrido total del Tren -que por cierto no está terminado-, sino tramos cortos parciales (Cancún-Palenque), opción que escogen sólo unas 250 personas al día.

Otra mala noticia es que el volumen de pasajeros en el recorrido total es bajísimo, en promedio se trasladan sólo mil 200 diarios en las rutas disponibles. Esto, cuando las estimaciones oficialistas afirmaban que serían como veintidós mil. ¡Qué lejos están de la ocupación estimada!

Luego, y no menos importante, está el daño a la ecología del macrosistema de la selva maya, los millones de árboles talados, el daño a los cenotes, así como el desplazamiento del hábitat de un sinnúmero de especies que habitan la península de Yucatán, algunas de ellas únicas.

En suma, el tiempo confirmará los asegunes que muchos expertos auguraron a esta obra: un ancla al cuello de las finanzas públicas, con la que le tocará lidiar a la Presidenta electa. Misma quien, preocupantemente, se ha sumado a las obsesiones presidenciales, afirmando que promoverá la construcción de trenes de pasajeros, lo cual aquí, en China y en la Conchinchina son inversiones de nula rentabilidad.

Pero más en el caso de México, pues las vías actuales, diseñadas para transporte de carga, permitirían muy bajas velocidades en los trenes de pasajeros, lo cual los haría inviables como sustituto del autobús, del carro o del avión. Ahora que, si el nuevo Gobierno opta por construir nuevas vías para fomentar los trenes de alta velocidad, el costo sería prohibitivo, tornando en insolvente el proyecto, pues lo que costaría el pasaje resultaría elevadísimo, convirtiendo en un lujo cualquier trayecto.

La realidad es que la sucesora del Tlatoani saliente no posee buenas opciones si opta por el continuismo y se empecina en concluir lo iniciado por su antecesor, y además hacer realidad algunas de las cosas que ha prometido. Poderosas razones económicas apuntan a la cancelación de estos proyectos que se inician como ideas obsoletas de la mente de una persona todopoderosa que parece añorar un pasado al que nunca más se podrá volver.

Vivimos -quiéranlo o no los de la 4T- en un mundo regido por los avances tecnológicos, en que una sola empresa, Nvidia, vale más que las economías de casi todos los países del mundo, excepto unos cuantos, como Estados Unidos, Gran Bretaña, China, Japón y otros pocos. El valor del Nvidia supera el PIB de México; ésta es sólo una empresa de tecnología del Silicon Valley que se dedica a fabricar avanzados microprocesadores de alta velocidad para generar gráficas, algo esencial en el desarrollo de la inteligencia artificial, que es hacia donde se dirige el mundo.

Y no, como parecen creer estos genios de la 4T, en negocios del pasado, como un tren “turístico” de baja velocidad, cuyo enorme costo no será recuperado nunca, o un tren de pasajeros, moda que ya pasó hace muchos años, hoy totalmente inviable. Si a algo han de apostarle, por Dios, despejen sus taras y apuéstenle al desarrollo tecnológico haciendo de México un nuevo Silicon Valley.

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