Un cambio de dimensiones gigantescas ocurrió con la llegada de la sociedad moderna. Antes de la primera revolución industrial, las sociedades humanas subsistían de la economía que hoy llamamos rural y las ciudades no alojaban centros industriales con fábricas de chimeneas. 

En este momento el mundo está inmerso en lo que Klaus Schwab denomina la cuarta revolución industrial, en la que los sistemas biológicos, físicos y digitales se combinan de formas inusitadas llevándonos más cerca del paradigma del homo deus, prefigurado por el intelectual israelí, Yuval Noah Harari.

Como sociedad debemos ser muy cautos en cómo adaptamos las nuevas tecnologías disponibles, para que las libertades humanas no sean puestas en riesgo. También necesitamos establecer políticas públicas que  eviten que muchos se queden atrás.

Uno de estos grupos en riesgo es el sector rural. Por una serie de razones, vivir o laborar en el campo en México está asociado a la pobreza. No debería ser así. En México, grosso modo, han existido históricamente tres modelos de desarrollo rural. El primero fue a través de los latifundios, donde los dueños de grandes extensiones de tierra contrataban trabajadores a los que no pagaban bien. Estos latifundios solían tener monopolios nacionales sin mucha competencia pues existía una economía semicerrada. El segundo modelo es el del ejido o propiedad comunal, donde tradicionalmente pequeños grupos usufructúan tierras para su beneficio. El problema es que muchas veces los ejidatarios han estado a merced de caciques que históricamente han abusado de ellos. Por mucho tiempo esta forma de la propiedad no ha estado asociada a mercados dinámicos.

El tercer paradigma es uno en que empresas pequeñas o grandes compiten con relativo éxito en mercados nacionales e internacionales, aunque sin un apoyo efectivo por parte de los gobiernos.

Lo que se necesita ahora es realizar una intervención que, por un lado, promueva el desarrollo del sector rural más moderno para aumentar su competitividad, sobre todo en mercados extranjeros. Y, por otro lado, ayude a elevar el nivel de vida de sectores pobres o depauperados en nuestro campo.

En cuanto a lo primero, sería buena idea conectar a las empresas rurales con la estrategia del llamado nearshoring, para aprovechar el dinamismo económico que tendrá la probable relocalización de empresas en nuestro país.

En cuanto a lo segundo, se pueden realizar algunas cosas inmediatas. En primer lugar, garantizar pensiones dignas para los trabajadores del campo. Adicionalmente, se puede reducir la edad para recibir la pensión de adultos mayores. De la misma manera, el monto de estas pensiones podría ser aumentado en los años por venir.

Otra idea interesante sería la de establecer un programa especial de apoyo al desarrollo rural que podría incluir, entre otras medidas: un pago justo a campesinos que siembran árboles frutales o maderables, la oferta de fertilizantes gratuitos, apoyo anual directo a productores de pequeña escala y pescadores, así como precios de garantía para la compraventa de maíz, frijol, leche, arroz y trigo. Poner en marcha algunas de estas propuestas quizás entrañe una reforma al artículo 27 de nuestra Constitución.

Lo que debe quedar claro es que no habrá futuro para nuestro país sin la prosperidad del campo mexicano.

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