Disfruto de los refranes. Las citas certeras y esos dichos tan del diario que enseñan y le ponen un delicioso toque a las conversaciones, esas perlas de sabiduría que, en pocas palabras, dicen mucho más que las cien emitidas por las emociones que no logran descifrar ese tintineo interno, tan medular. Hay refranes emblemáticos en las culturas del mundo que definitivamente marcan a las sociedades. Los islámicos los usan a diario, pues su tradición proviene de la transmisión de valores orales. Uno de mis favoritos es: “La primera vez que me engañes, será culpa tuya; la segunda vez, la culpa será mía”. La referencia implícita a servirnos de la experiencia me parece valiosa y aplicable, algo así como evitar tropezar dos veces en la misma piedra; o ese otro: “Mira bien por dónde pisas”.
De las culturas africanas, encuentro este: “La lluvia moja las manchas de un leopardo, pero no se las quita”. Haciendo alusión a ese camuflaje que creemos —en ocasiones— nos oculta de lo que realmente somos. Ambos refranes me llevan a aprender de la experiencia adquirida, reconociendo nuestra verdadera esencia.
Me detengo a reflexionar sobre un refrán nuestro que habla de reconocimiento y aceptación: “A fuerza, ni los zapatos entran”. Invitándome a considerar la importancia de encajar, “desencajando” ese MI lugar en el mundo, sin robar, solo empoderando el derecho propio de estar donde quiero. Encontrando medida, límites, anchura, comodidad y, por supuesto, la altura. Un zapato que aprieta modifica el carácter, daña la salud y aquel que te queda grande te hace chanclear; con un tacón alto puedes tambalear. Quizá no sea tarde para cambiar de zapatos. Moverte, trascendiendo, hacer cosas diferentes, sin forzar a encajar donde claramente no lo hacemos o donde ni te invitan. Salir de la zona de confort, de esas rutinas y entornos que conocemos de memoria y a ciegas. Cortarnos las alas y despelucar el hábito. Nos convencemos de que debemos permanecer donde estamos, aun cuando sentimos que no encajamos. Sin embargo, es crucial reconocer cuándo es tiempo de cambiar de zapatos, de buscar otros caminos y saltar a la oportunidad que se alinee mejor con quiénes somos y lo que queremos.
Dice aquel refranero: “Más vale tarde que nunca”. Por eso, diría Cenicienta: “Que no se me haga de noche para probarme el zapato de cristal”. Anda, grita y no te quedes sin pensión, aún menos sin jubilación, abre el alma a la vida; ponte cerca de la fila para salir en la fotografía. Con autenticidad se podría agregar: “El sabio no se sienta para lamentarse, sino que alegremente va a su tarea de reparar el daño hecho”. No se trata de conformarnos con lo que tenemos, sino de ser valientes y dar el paso hacia nuevas experiencias y entornos que nos permitan crecer y ser felices. Dar el todo por la nada, quizá eligiendo lo que me guste, como diría Confucio: “No tendrás necesidad de trabajar ni un día de tu vida si haces lo que te gusta”.
¿Será hoy un buen día para salir a buscar zapatos? Y tú, ¿qué esperas?
LALC