Todo comenzó con las fotografías, esas que aparecieron en tu pantalla haciéndote retroceder por lo menos una década, y habiendo aparecido así de improviso, no tuviste otra opción, aunque no estaba en tus planes, de observar y remontarte a una etapa anterior del tiempo. ¿Y es que, quién puede dominar al pensamiento? No tiene un interruptor que lo impida y lo detenga, por el contrario, enciende cientos de circuitos ocultos, sensaciones, risas y sonidos que creíamos perdidos, que se agolpan en el corazón como un alud de emociones adormecidas.
Me las mostraste, mas yo las vi de reojo sin detenerme a observarlas con detenimiento pretextando prisa, porque no estaba lista para regresar, sin embargo, entendí cómo te sentías tú, supe que aún no regresabas al ahora, esos caminos de vuelta son intrincados, sinuosos y escarpados, difíciles de transitar sin señalamientos que te muestren con claridad el camino a casa. Cuando no lo sabes, corres el riesgo de extraviarte en un sentimiento, de perderte en el hubiera, de sumirte en la culpa por no haber hecho las cosas de determinada manera, y resultas ser el juez más implacable.
Y no me equivocaba, porque más tarde, reanudaste la conversación de la cocina, y vi que usabas esos patrones de comportamiento. Te confronte diciéndote que al pasado no podemos cambiarle nada, está escrito en piedra y para tu consuelo, te dije, en ese ayer, actuamos movidos por razones que consideramos eran las mejores, aunque nos hayamos equivocado. Sin embargo, te dije, en ese entonces lo consideraste así, y el culparte no lo borra, ni lo zurce, así pues, estamos condenados a continuar con el alma remendada a base de garranchones. Tienes la opción de sumirte en el resentimiento, y morir lentamente anegado en veneno, o salir fortalecido como una rama que brotara resiliente abriéndose paso en un tronco seco.
Omití decirte que algo así me sucede a mí, soy de esos extraños seres a los que no les gusta mirar viejas fotografías, porque me cuesta encontrar el camino actual, recorro esos páramos airosos sumida en cientos de reflexiones, y regreso sintiéndome una sobreviviente, con la sensación de haber dejado un trozo de mi ser extraviado por ahí, perdido sin remedio.
Hemos cambiado, añadiste, ninguno de los que estamos aquí volveremos a ser los mismos, somos seres que evolucionamos y asimilamos las correcciones para no errar de nuevo. Claro que es así, añado, te recuerdo que sobrevive, no el más fuerte sino el más adaptativo. Efectivamente, somos distintos, y tú quieres en este desfase, corregir a ese que eras a fuerza de mostrarle sus desatinos, como si pudiera escucharte, ¿Qué no vez que tú renaciste de esas cenizas?
Es tiempo de regresar, pensé, supe que transitabas por dos mundos, que no estabas del todo a mi lado, que vagabas en ese tiempo transcurrido, volando como un águila que observara a detalle desde las alturas con ojo crítico, con la visión clara que da el alejarte y tomar distancia.
Se interrumpió nuestra conversación mientras comíamos hablando de nimiedades, mas pude ver en tu mirada que estabas cerca de llegar, a escasos palmos de incorporarte de nuevo. Y es que irremediablemente traes en tus genes la añoranza. Lo siento, no pude impedir que pasara por el harnero. Sin embargo, en cada etapa de este tiempo compartido, ha sido una constante el quererte, de la misma forma o más de lo que te quiero. Y eso lo sabes tú, puedes aseverarlo sin el menor atisbo de duda. Eso me lo dijiste con el lenguaje de tus brazos que son mi mundo entero, y me hiciste saber que estabas aquí de nuevo. Bienvenido te dijo mi corazón, bienvenido de nuevo.