El sábado ocurrió el primer desencuentro entre el gobierno entrante de México y Donald Trump. Un video en redes sociales pareció sugerir que Trump había insultado a Marcelo Ebrard, con quien Trump negoció la política migratoria y comercial de Estados Unidos con México y quien ahora encabezará la Secretaría de Economía para Claudia Sheinbaum. El aparente insulto de Trump provocó la reacción de la presidenta electa, que se quejó del lenguaje “soez” del candidato republicano. No faltó quien señalara, con razón, que la reacción de Sheinbaum parte de una confusión: en realidad, Trump no se había referido a Ebrard, sino a Biden. Fue a Biden a quien llamó “estúpido” y “con un IQ de 50” (así el “nuevo tono conciliador” de Trump después de su atentado).

Pero la anécdota no debe oscurecer lo alarmante del discurso trumpista en función de México. En el discurso de Michigan, Trump en efecto se burló de Marcelo Ebrard y de todo el proceso de negociación con México que culminó en la adopción del programa “Permanezca en México”, que Trump quiere ahora reinstituir. Trump contó cómo Ebrard al principio se rio de Trump (“odio cuando la gente se ríe de mí”, dijo Trump en Michigan), solo para cambiar de opinión – en menos de cinco minutos – y acceder a la lista de demandas migratorias de Trump para evitar una supuesta imposición de aranceles. No es la primera vez que Trump recuerda el intercambio en este tono. Ni tampoco es la única crónica de los hechos. Mike Pompeo, entonces secretario de Estado, la cuenta, con su propia dosis de sorna, en su reciente libro de memorias. Hay otras.

El tono y la sustancia de la retórica trumpista sobre México ha subido de tono en las últimas semanas. El discurso de Trump en la convención republicana fue caótico, aburrido y por momentos incoherente, pero tuvo un villano: la migración y la seguridad fronteriza. Y México, de manera implícita pero clara. Trump prometió la mayor campaña de deportación desde mediados del siglo XX. Varios otros republicanos relevantes hicieron eco de esta beligerancia. El gobernador de Texas, Abbott, aplaudió el proyecto punitivo de Trump. Mientras hablaba Abbott, los organizadores de la convención repartieron pancartas entre los asistentes. Una de ellas decía “Deportación masiva ahora”. Los republicanos presentes las agitaron con pavorosa vehemencia.

Habrá quien diga que todo esto es demagogia electoral. Puede ser. Lo cierto es que el proyecto de deportación masiva está en el centro del discurso trumpista y la plataforma del partido republicano. Para Trump no tendría costo político. Quizá, al contrario. De acuerdo con un sondeo de Harris, 51% de los estadounidenses apoyan la deportación masiva, incluido un 68% de republicanos. Dolorosamente, 45% de los hispanos apoyan la medida.

¿Sabrán esos votantes lo que respaldan? Deportar a 15 millones de personas como pretende Trump implicaría un costo económico altísimo y una desolación sin precedentes. Sería, sin duda, la maniobra de deportación más grande de la historia. La logística en sí costaría 200 mil millones de dólares. Las consecuencias económicas para Estados Unidos serían severas: habría escasez de mano de obra, aumento de precios y una caída inmediata de 1.4% del PIB. Los costos humanos serían mucho, pero mucho mayores. Basta una cifra, una de varias. De ocurrir la deportación masiva, al menos 4.4 millones de niños estadounidenses que tienen un padre o madre indocumentado crecerían en la orfandad total o parcial. ¡4.4 millones!

No sobra decir que ese enorme sufrimiento humano ocurriría en territorio mexicano. Al menos una tercera parte del total de inmigrantes indocumentados que quiere deportar Trump son paisanos nuestros.

Esa es la sombra potencial que se cierne sobre México. Ese es el proyecto del hombre que presumió el sábado – como ha presumido antes – que puede obtener lo que le da la gana extorsionando a México en negociaciones coercitivas con sus más altos funcionarios. Dejémonos de confusiones: por supuesto que la presidente electa Sheinbaum tiene motivos para estar preocupada, y no solo por el “lenguaje soez”.

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