En mi infancia las monjas del colegio Margarita me enseñaron esta frase: de pretextos está empedrado el infierno. 

Esta contundente cita, repetida decenas de veces por la madre Altita, nos incitaba a cumplir con nuestro deber, recordándonos que la pereza y la falta de acción son lo que separa a los triunfadores de aquellos que se quedan atrás. 

Nos recordaba que la adversidad solo eran pruebas, que desde la fe y el trabajo habría que sortear. Entonces, al igual que el junco se dobla, pero no se quiebra, los celayenses también hemos aprendido a vivir desde el infortunio. 

En esta tierra de mezquites y pirules, donde sus raíces profundas simbolizan nuestra resiliencia y tenacidad a lo largo de la historia, aquí, estamos de pie. Enfrentando tiempos difíciles, son años donde muchos han decidido abandonarnos, y aunque las lágrimas han corrido, y corren, no hemos bajado la guardia ni agachado la cabeza, pues en Celaya nadie que se aprecie camina de lado. Con el corazón estrujado, continuamos trabajando con una fuerza que nos convierte en los verdaderos guardianes de la Puerta de Oro del Bajío. 

No hay poder alguno que pueda vernos hundidos o rendidos. Nuestra tierra, protegida por el Culiacán, el lomerío del Xoconoxtle, y la sierra de las Gallinas y la Gavia son nuestros baluartes de fortaleza. Aquí el aire huele a dulzura, son  los cazos en los que se prepara la cajeta, el dulce más delicioso del mundo, por eso seguimos siendo amables, serviciales y abriendo no solo las puertas de la casa al fuereño, al desvalido, sino también el corazón. Aquí la generosidad se vive, no se escribe.

Celaya es un tesoro de historia y cultura, con emblemáticos e históricos monumentos que señorean la ciudad. En nuestra tierra han florecido poetas, músicos, escritores y pintores. Ocampo aprendió a plasmar la historia en metáforas de colores, mientras que Herminio dio voz a las sombras y dialogó con el fuego de las hechiceras para crear sus relatos. Nuestro pasado nos impulsa hacia un futuro donde las nuevas tecnologías y las industrias modernas fortalecen nuestra economía. Sin embargo, es crucial exigir a las autoridades estatales y federales que cumplan con su deber de garantizar la seguridad y el bienestar de nuestra comunidad.

La seguridad y la paz no son solo responsabilidades locales; son una cuestión de justicia y deber que debe ser abordada con compromiso en todos los niveles de gobierno. Las promesas vacías, las excusas no tienen cabida; necesitamos acción decidida y efectiva. Basta de ausencia de poder, actúen con firmeza para proteger a los ciudadanos y reconstruir la confianza en las instituciones públicas. La impunidad y la corrupción no deben ser toleradas; en su lugar, exigimos transparencia, responsabilidad y resultados. La seguridad de nuestras calles, la protección de nuestras familias y el futuro de nuestros jóvenes dependen de ello. 

Celaya no es solo una ciudad, es un símbolo de lucha y esperanza. Por cada valiente que cae hay diez más dispuestos a levantarse y luchar por la paz que tanto anhelamos. 

No permitiremos que la adversidad nos derrote, y no aceptaremos menos que un esfuerzo total de nuestras autoridades para garantizar un futuro seguro y próspero. Celaya sigue adelante, no se rinde y exige lo que es justo: respuestas comprometidas, veraces de aquellos que han jurado protegernos. 

Es nuestro derecho y responsabilidad exigir un gobierno que trabaje verdaderamente por el bienestar de su gente. ¡No te desanimes, Celaya! Sigamos haciendo camino. Vamos juntos, hacia la esperanza, desde nuestras fortalezas.

 

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