Me pláticas sobre una amistad de antaño, y al hablarme, tu rostro se ilumina, la emoción sube como lo hace la marea guiada por extrañas leyes que no son las del pensamiento. Y es que, en la calma de esa tarde, la llamada irrumpió en la estancia con insistencia, cortando el aire con prisa y urgencia, y yo, observadora desde mi silla, presencié tu alegría.

Luego, me dijiste que hacía años que no veías a tu amiga, y que a pesar eso, la querías y te alegraba escucharla. Después, conversando nos pusimos de acuerdo en las razones que tiene el corazón para querer, en los lugares preferenciales que otorga a lo largo de la vida a personas muy especiales. Sí, y una vez que lo ha decidido así, les da un sitio a perpetuidad, y  aunque transcurran años y haya distancias de por medio, permanecerá reservado y nadie, nunca podrá instalarse en la misma ubicación. 

Y es que, toma en cuenta que hablábamos de un órgano receloso al que se le ha atribuido la virtud de amar o repeler con furia, y esta celosamente resguardado, protegido por la dureza de los huesos. También, se cree que alberga los afectos más selectos, esos que asimilamos como nuestros, con los que caminamos para sentirnos acompañados a cada paso. Así pues, concluimos, no volveremos nunca a ser seres individuales. 

Bueno, te digo, no podemos diseccionarlo porque perderíamos la vida, pero, te imaginas que sí pudiéramos, y al hacerlo, solo viéramos una cámara vacía sin cuartos ni dependencias, ¿acaso por eso dejaríamos de sentir lo mismo? Ya sé que muy probablemente algún experto me podría dar una explicación extensa, que me dejaría perpleja usando una terminología extraña, no importa no tenerla, este mundo mío me sorprende a diario solo porque sí. Sin embargo, durante días, esa reflexión me rondó inquieta, dando vueltas a mi alrededor como una abeja que solicitara mi atención.  

Hay tanto que reflexionar sobre el corazón, ese que a veces siento latir agitado o intranquilo, así como alegre y contento, como si aletearan cientos de mariposas. Es impredecible, suele abrir sus puertas sin reservas, otras ocasiones, son altos sus estándares y requisitos y las cierra silencioso. Unas más, levanta barreras y pone cerrojos, suele inquietarse con facilidad  y temer. Lo comprendo, se ve forzado a negar la entrada porque sencillamente hay cosas que no pueden admitirse. 

No voy a reparar en los que cerraron el suyo sin darme una oportunidad siquiera, esos que están tapiados a piedra y lodo, porque ya no me interesan sus desaires. Más bien, prefiero pensar en los que sí tuvieron un lugar para mí, esos que se sienten acompañados de mi cariño, en los que pernocto sin quitarles el sueño, tranquila en mi ubicación imprecisa, sintiendo que estoy dentro del cielo.

 Y es que pensando así, el cariño es un sentimiento abstracto, está en la memoria de mis ojos, en las líneas de mis manos, o cubriéndome como mi piel. Es un mapa intrincado de comprender, y que sin embargo, aunque no pueda seguir sus señalamientos orográficos, me hace alegrarme de nuevo cuando recuerdo, y entonces, soy feliz de nuevo al oírte, al verte o  al pensar en ti. Me siento agradecida por los afectos que me habitan y me han hecho más completa, son sumamente necesarios, tan indispensables como el oxígeno del aire. Así de simple es, sin tantas explicaciones.

 

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