El lamentable desempeño de Joe Biden puso en marcha la que muchos han considerado la mejor serie de nuestro tiempo.”

El anciano Presidente trastabilla, tropieza y se equivoca en el escenario más crítico de nuestra época: el estudio televisivo donde celebra el primer debate contra su contrincante, un curtido y mañoso showman, apenas menos achacoso que él. El mayor -y más triste- espectáculo del mundo: el frágil demócrata sucumbe ante un hombre que se negó a reconocer los resultados electorales en 2020, que se inventó una teoría de la conspiración para mantenerse en el poder a toda costa, que auspició a una turba enloquecida a tomar el Capitolio por la fuerza, que ha repetido las mayores mentiras imaginables, así como las formas más zafias de desdeñar a sus rivales, que criminaliza a los más débiles -los inmigrantes-, que ya fue condenado por numerosos delitos -y se ha librado de otros por su complicidad con los jueces que él mismo nombró- y que hará lo que sea para volver a la Casa Blanca a vengarse de quienes lo han humillado y combatido.

El lamentable desempeño de Joe Biden pone en marcha la que muchos han considerado la mejor serie de nuestro tiempo. El siguiente golpe de efecto es el fallido atentado contra Trump, del cual este no solo sale vivo, sino victorioso, con una imagen destinada a convertirse en la mejor publicidad para su causa: el rostro ensangrentado, el gesto altivo, las banderas ondulando en el cielo azulísimo, el puño en alto. ¿Cómo borrar semejante ícono? El mártir, el héroe, el resucitado. Días después, en un giro descaradamente metaficcional, Trump elige como compañero de fórmula al autor de un best-seller que a su vez inspiró una película de éxito: JD Vance -nombre de autor indie-, quien durante un tiempo fuera su detractor pero que, con el cinismo del falso converso, ha preferido convertirse en su doble o su caricatura.

Las batallas políticas de nuestra era no se dirimen en las instituciones ni en la arena pública -qué pereza- sino en los cuartos de guerra de esos escritores de ficción que hoy asesoran las campañas. Hasta aquí, los del bando republicano llevan la delantera: una muy eficaz storytelling enfilada a un triunfo incontestable. Del otro lado, los spin doctors presionan para alterar el previsible desenlace: durante semanas, instan a Biden a abandonar una carrera destinada, si no al fracaso, al menos a la abulia. Aaron Sorkin, el autor de The West Wing, sugiere una reescritura radical: que los demócratas escojan como candidato a Mitt Romney, el último republicano decente que queda en el planeta.

Los auténticos guionistas resultan más conservadores y optan por un casting más obvio: permitir que quien representa el reverso opuesto de Trump -una mujer de origen negro e indio- sea quien intente la mayor vuelta de tuerca de la historia. Al principio, muchos expresan sus dudas: la nueva estrella nunca ha sido demasiado popular, se le identifica con el anciano Presidente y sus políticas más o menos moderadas: es decir, aburridas. Pero la maquinaria hollywoodense se pone a toda marcha y con bastante rapidez consigue su primer objetivo: en vez de que se hable de los dos capítulos previos -el del atentado y el del reality para seleccionar al vicepresidente-, la conversación ahora gira en torno a la nueva candidata: los torpes ataques de Trump y los republicanos por primera vez los muestran a la defensiva.

Y hasta aquí llegamos, en este sistema de un capítulo nuevo a la semana: de aquí a las elecciones de noviembre de seguro contemplaremos otras tantas vueltas de tuerca, o al menos la acumulación de sorpresas argumentales. Pocas ficciones resumen mejor esta era de la política-screenplay como la serie británica The Capture: más allá de la intromisión de los deep-fakes, adelanta que pronto será un algoritmo y ya no un guionista humano quien prediga qué vueltas de tuerca -incluidos los brutales ataques mediáticos contra el candidato que se busca apoyar- son las que terminarán por darle la victoria. Lo más perverso del sistema es que los votos de los espectadores -los ciudadanos: nosotros- cada vez se parecen más a los aplausos grabados de un estudio televisivo.

@jvolpi

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