Donald Trump y el universo que le rodea han mostrado con claridad el carácter radical de su proyecto rumbo a su posible segunda presidencia. Nadie puede llamarse a engaño. Ahí está la agenda económica y comercial, que complicaría el panorama para socios comerciales como México y antagonistas globales, como China. Ahí está también la agenda geopolítica, que abandonaría a Ucrania a su suerte. Tampoco hay duda sobre el proyecto de la derecha republicana en función de las conquistas de derechos civiles del siglo XX. Todo está en la mesa, desde acceso a anticonceptivos o tratamientos de fertilidad hasta el matrimonio igualitario. Pero en ningún rubro está más clara la crueldad que viene como en la agenda migratoria.

Donald Trump pretende deportar al menos 15 millones de personas indocumentadas en los siguientes cuatro años. Su asesor en materia migratoria, un fanático nativista llamado Stephen Miller, ha definido la operación como una “ofensiva migratoria espectacular”. Los planes de Miller y Trump incluyen detenciones a gran escala, utilizando las fuerzas de policía locales (el presidente de Estados Unidos no tiene la prerrogativa de recurrir a la policía para tareas migratorias, pero Trump ha sugerido que presionará con la asignación de fondos federales a quien no acate sus órdenes). Tras la detención, Trump y Miller pretenden enviar a millones de personas a campos de concentración, donde esperarían su proceso de deportación. Miller ha dicho que el gobierno trumpista apelaría a presupuestos militares para agilizar lo que sería la operación de deportación más grande y desalmada de la historia. Sin más.

Uno supondría que estos detalles serían suficientes como para obligar a la reflexión a los votantes trumpistas. Pero no es así. Por desconocimiento, mezquindad o mera falta de humanidad, hay quien celebra esta aplanadora. Vale la pena, entonces, sumar algunos datos que ilustran el costo humano que implicaría una deportación como la que ha prometido Trump (Miller, por cierto, dice que comenzaría el “día uno”).

De llevarse a cabo en los términos que han puesto en la mesa Trump y Miller, la deportación masiva hundiría en la orfandad a casi cuatro y medio millones de niños estadounidenses. No son niños inmigrantes, sino ciudadanos estadounidenses, nacidos en el país, con todos los derechos correspondientes. Un dato para contextualizar: durante toda la brutal guerra en Irak, entre 700 mil y un millón de niños iraquíes perdieron a uno o ambos padres. La deportación masiva tendría un impacto inmediato en la estructura familiar de millones de familias estadounidenses. Al menos once millones de estadounidenses viven con un familiar sin documentos. No sobra decir que las consecuencias de la deportación en la salud mental de quien se va y de quien se queda están plenamente estudiadas y establecidas. No solo eso. La pérdida del proveedor familiar en una deportación como la que pretende Trump podría hundir a 900 mil hogares en la pobreza.

4.5 millones de niños en la orfandad parcial o total.

11 millones de familias atravesando por el trauma de la deportación.

900 mil hogares cayendo por debajo del nivel de pobreza.

Haga usted las cuentas morales, lector.

Y si simpatiza usted con Trump, mírese al espejo.

@LeonKrauze

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