Hace unos días se acercó conmigo un ciudadano que conozco desde hace muchos años y que goza de toda mi credibilidad, para platicarme su experiencia haciendo trabajo comunitario al haber sido infraccionado por hablar por celular mientras conducía.
Para efectos de esta columna, vamos a llamar al ciudadano con el nombre de Samuel, quien al recibir su infracción y preguntar el costo que tendría que pagar ($2,700 pesos) para recuperar los documentos que le retuvo el agente vial, mejor optó por conmutar la sanción por trabajo comunitario.
El primer problema vino cuando Samuel ignoraba que para tener derecho a conmutar hasta en un 90% la sanción, debería de haber acudido a los Juzgados Cívicos dentro de los 10 días hábiles posteriores a la infracción, lo cual no hizo, y cuando fue, solo logró una conmutación del 80%, por lo que tuvo que pagar 600 pesos a la Tesorería Municipal.
Finalmente, cuando estuvo ante el Juez, se le indicaron las opciones de trabajo comunitario que tenía para pagar su multa, y escogió plantar árboles en el Vivero Municipal, pero el día que tenía que presentarse algo se le atravesó en su negocio, por lo que le endosó la obligación a alguien más, a quien le entregó su credencial de elector.
Obviamente cuando la persona fue al vivero, esta fue rechazada, puesto que no es posible delegar esa responsabilidad.
Samuel tuvo que acudir nuevamente con el Juez Cívico, quien le advirtió que le daría una segunda oportunidad, pero esta vez sería barriendo las instalaciones del Panteón Municipal Norte, y lo remitió al siguiente sábado para que cumpliera su sanción de seis horas.
Al fin Samuel se presentó, le dieron su escoba y recogedor, y le pidieron que barriera tres pasillos donde se encuentran las gavetas de los muertos. Al cabo de sus primeras tres horas, y habiendo finalizado de barrer casi todo lo que le pidieron, el encargado del panteón lo mandó llamar para que le ayudara a mover un elevador manual que ahí se tiene, pues una familia había solicitado la exhumación de su difunto, después de haber estado ahí por cinco años, y que estaba en una gaveta en el quinto nivel de ese pasillo.
Con mucho esfuerzo lograron mover el elevador y subieron al panteonero para que abriera la gaveta y sacara de ahí la caja que contenía los restos del difunto, pero al momento en que así fue, lo hizo tan fuerte, que la caja se rompió y la mitad del cuerpo quedó al descubierto, cayéndose los huesos hasta el piso, lo que levantó una nube de polvo blanco e hizo correr despavorido a Samuel.
Esa escena desencadenó los llantos y gritos de los familiares (viuda, hijas y yernos), quienes por cierto habían llevado un mariachi que ya se encontraba cantando cuando todo esto sucedió.
La parte del cuerpo que quedó en la caja, del cráneo a las costillas, fue metida en una bolsa y entregada a los afligidos familiares, quienes ya no se interesaron por los huesos que habían quedado regados en el piso, por lo que Samuel tuvo que barrerlos y tirarlos a la basura para que le pudieran dar su constancia de haber cumplido con el servicio comunitario.
Con esta historia aprendemos que, si cometemos una infracción de tránsito y queremos cambiarla por trabajo social, hay que tramitarlo rápido, nunca tratar de enviar a alguien más y, que más vale respetar las reglas viales, pues de lo contrario podemos terminar barriendo huesos en los panteones. Esta historia es verídica, pues hay evidencias documentales y testimoniales que así lo acreditan.
LALC