“El olvido convierte a nuestros seres queridos en desconocidos”.

En 1994, cinco años después de haber dejado la presidencia de los Estados Unidos, Ronald Reagan conmocionó al mundo con un anuncio personal. En una carta escrita de su puño y letra, reveló que había sido diagnosticado con la enfermedad de Alzheimer. Reagan, una figura icónica de fortaleza y determinación, enfrentaba ahora una lucha que no podía ganar. 

En su carta, Reagan reflexionó: “Ahora comienzo el viaje que me llevará al ocaso de mi vida”. Con el tiempo, la enfermedad erosionó lentamente su memoria y sus capacidades cognitivas, hasta el punto en que ya no podía reconocer a sus seres queridos ni recordar los momentos cruciales de su vida.

El Alzheimer, una enfermedad neurodegenerativa devastadora que afecta a millones de personas en todo el mundo, es la forma más común de demencia, representando aproximadamente dos tercios de todos los casos. Esta enfermedad se caracteriza por un deterioro progresivo de la memoria y otras funciones cognitivas, eventualmente incapacitando a la persona para realizar las tareas más simples de la vida diaria. En términos biológicos, el Alzheimer se define por la acumulación de placas de proteínas beta-amiloide y ovillos de proteínas tau en el cerebro, lo que provoca la muerte de las células nerviosas y la pérdida de tejido cerebral.

En México el Alzheimer es un problema de salud pública cada vez más apremiante. Según datos recientes, más de 1.3 millones de personas en el país viven con algún tipo de demencia, y se espera que esta cifra se duplique para 2050 debido al envejecimiento de la población. En Guanajuato, el número de pacientes aumentó 203% entre 1990 y 2019. Esta enfermedad no solo impacta a los pacientes, sino también a sus familias y al sistema de salud, que enfrenta desafíos significativos para proporcionar cuidados adecuados y sostenibles a una población envejecida.

El impacto económico del Alzheimer es considerable. Se estima que el costo anual del cuidado de personas con demencia en México supera los 23 mil millones de pesos, una cifra que seguirá creciendo a medida que más personas sean diagnosticadas. Este costo incluye no solo los gastos médicos, sino también la pérdida de productividad y el impacto emocional en las familias que deben asumir el rol de cuidadores.

Sin embargo, la posibilidad de predecir el Alzheimer es una realidad que nos brinda esperanza. Gracias a la identificación de biomarcadores específicos, ahora podemos vislumbrar un futuro donde el diagnóstico temprano sea accesible para todos. Los biomarcadores son moléculas biológicas que se pueden medir en sangre, líquido cefalorraquídeo (LCR) o mediante técnicas de imagen como la tomografía por emisión de positrones (PET). Tradicionalmente, el estándar de oro para la detección del Alzheimer ha sido la combinación de pruebas de LCR y escáneres PET, pero estos procedimientos son costosos, invasivos y no están al alcance de todos.

Recientemente los avances científicos han permitido el desarrollo de pruebas de sangre que podrían revolucionar la detección temprana del Alzheimer. Estas pruebas se enfocan en medir formas específicas de proteínas beta-amiloide y tau en el plasma sanguíneo, reflejando la presencia y progresión de la enfermedad en el cerebro. Un avance notable ha sido la identificación de la proteína p-tau217, la cual ha demostrado predecir con casi un 100% de precisión la patología de Alzheimer en el cerebro, mucho antes de que los síntomas se manifiesten.

El Alzheimer es una enfermedad insidiosa que puede comenzar a desarrollarse 10 o incluso 20 años antes de que los síntomas sean evidentes. La detección temprana es crucial porque ofrece una ventana de oportunidad para intervenir antes de que ocurra un daño cerebral significativo. Con los nuevos biomarcadores, los médicos pueden identificar a las personas en riesgo y monitorear el progreso de la enfermedad, permitiendo tratamientos más precisos y personalizados.

Aunque los desafíos son enormes, los avances en la detección temprana ofrecen una luz de esperanza. Imaginemos un futuro donde un simple análisis de sangre en una consulta de rutina pueda indicarnos si estamos en riesgo de desarrollar Alzheimer, permitiéndonos tomar medidas preventivas mucho antes de que los síntomas afecten nuestras vidas. Este futuro está cada vez más cerca gracias a los esfuerzos incansables de científicos en todo el mundo que están dedicados a desentrañar los misterios de esta enfermedad.

Sin embargo, es crucial que estos avances científicos vayan acompañados de políticas públicas sólidas que garanticen el acceso a diagnósticos y tratamientos para todos, sin importar su situación económica. En México, esto significa invertir en infraestructura de salud, capacitar a los médicos en el uso de estas nuevas tecnologías, y asegurar que los tratamientos sean accesibles y asequibles para todos. Impulsaré desde el Congreso la investigación y desarrollo para que esto sea posible en el futuro cercano en nuestro país.

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