Por partir de esta noble tierra que ha abierto sus puertas a mi familia, contemplo agradecida las montañas que me abrazan, vuelo a mi querida Celaya, comparando, sin parámetro, dos mundos que comparten la misma esencia: la lucha por la identidad, el amor a la tierra, la resiliencia frente a los desafíos. No me asustaron las asperezas de sus rostros, sus almas brillan como sus piedras, huelen a castaño, fluyen como el agua. Son generosos, cautelosos, quizá como deberíamos ser algunos, para tropezar menos. Cuidan las palabras con el mismo celo con el que protegen sus tradiciones, más decididos a abrir su corazón, lo ofrecen con la grandeza que Oropa se alza: fraternales, sin cera.
Guían el tiempo con el tañer de las campanas. Se mimetizan con los añosos palacios y las calles de piedra, liberando un olor rancio que no logro descifrar. ¿Será porque en mi tierra solo tengo al Culiacán y aquí lo que sobran son montañas y agua? ¿O porque mis pájaros cantan en otomí mientras aquí van a “biolla”?
Tal vez, su agua cantarina ha pintado mi corazón en verde y colorido en flores liándome de musgo, me salen ramas.
¿Es mejor un lugar que otro para vivir? ¿Es el amor lo que te mantiene en un sitio, la casualidad, la buena fortuna? ¿eres tú quien hace pueblo o las decisiones de otros te sobrepasan?
Caminé segura entrada la noche, de la mano de mi Cucciolo, disfrutando de tantos parques libres, con juegos, limpios, cuidados. Los niños disfrutan felices mientras los padres descansan de las labores del día, y tantos abuelos -como yo- cuidamos sin sombras, balazos o gendarmes.
Uso el funicular, sin costo, para bajar a los tianguis donde se venden con factura frutas, carne, despensa. Puestos impecables que a la 1 p.m. cierran y limpian la plaza -el ayuntamiento- sin dejar rastro de su presencia. La gente decide usar más las piernas que los motores para sus rutinas diarias. La velocidad es un sí frenético, que alimenta un estrés frenando “al pranzo” para reiniciar a las 3.
Se regresa a las 7 con un fuerte sol y se va a la plaza o a pasear a la Burcina para ejercitar el cuerpo y dejar que el alma respire. La seguridad social, burocrática como la nuestra, no entendí cuán efectiva es. Más entrando vas en silla de ruedas, para prepararte a largas horas de espera. Las casas de asistencia al mayor son agradables, los residentes están bien atendidos sin ningún esfuerzo económico (aquí la pensión vale, el gobierno no te regala; es tu trabajo el que habla y cobra).
La educación de excelente nivel, gratuita. La migración se maneja con adaptabilidad; peruanos, africanos, marroquíes y otros transitan lado a lado con los bielleses, quizá sin entrelazarse, mas existe un franco respeto.
La juventud poca, aunque animada, la niñez, escasa. Muchas fábricas cerradas, no solo por una desleal batalla contra las firmas chinas, suma la actitud de muchos que buscan trabajar poco y disfrutar la montaña.
Los políticos también prometen y cantan mientras son elecciones, después duermen. El apoyo con comida, asistencia médica, vivienda, ropa hacia los que no tienen trabajo se hace, en el efectivo silencio biellese.
Piamonte, con su serenidad, el respeto por el pasado y a la naturaleza me enseña la belleza de lo imperecedero.
En México están mis raíces, mi hogar, no estoy dispuesta a perderlo. ¿Qué es mejor?: lo que quieras, cada lugar tiene su latido, deja huella y anida sin sueño a lo que quiero, busco y soy.