La “Reforma” judicial es el golpe de gracia a las instituciones porque destruye el Estado de derecho. Tratemos a toda costa de impedirlo.”

 

Hoy 1 de septiembre de 2024, el Congreso mexicano, espuriamente integrado por una mayoría calificada que no otorgó el voto ciudadano, rendirá protesta de cumplir la Constitución que esa misma “mayoría” procederá a demoler en su columna vertebral: el Estado de derecho. No habrá actividad en que la sociedad no se vea afectada por la mal llamada “Reforma” judicial, atroz mecanismo de destrucción que acabará con la carrera judicial, sorteará a los jueces, desquiciará los juicios de toda índole, arriesgará la continuidad del T-MEC, nos depreciará en los mercados, desalentará las inversiones y consagrará la única ley que respeta el gobierno actual y sus aliados abiertos o inconfesables: la ley de la selva en la que el dictador (ya podemos llamarlo así) llevará la tajada del león.

La regresión es gigantesca. ¿A qué época? ¿A la Colonia? No, porque existían sólidas leyes e instituciones jurídicas (el Amparo Colonial, los Juzgados de Indios, el Juicio de Residencia) que protegían a la sociedad frente al poder. ¿A la era anterior a la promulgación de la República en 1824? No, porque Iturbide buscó gobernar como un monarca constitucional. ¿A dónde, entonces, nos ha retrotraído la destrucción del legado liberal y el revolucionario de los siglos XIX y XX? Nos ha vuelto a los tiempos más extremos de nuestras guerras fratricidas.

Lo más doloroso de todo es el engaño al pueblo que tarde o temprano (esas citas con la historia llegan siempre) tomará conciencia de la devastación llevada a cabo por este mal gobierno.

A propósito de ese engaño, en estos días oscuros he recordado una carta escrita por Manuel Gómez Morin cuando a principios de octubre de 1927 se entera en Londres del asesinato del general Francisco Serrano. Los hechos lo horrorizan no tanto en sí mismos sino porque en ellos ve rota la esperanza de que México enfilase a la reconstrucción institucional que el propio Gómez Morin había comenzado a cimentar con la fundación del Banco de México (1925) y el Banco Nacional de Crédito Agrícola (1926). La cruel realidad era otra: la violencia continuaba. Era el “México bronco”.

Transcribo sus últimos párrafos.

A veces parece […] que hay un plan premeditado y consciente de traición a México.

“Una nación traicionada” podría llamarse la historia de México del 80 y tantos para acá.

Traicionada por sus políticos y por sus gobernantes con el pretexto, primero, de la paz, de la prosperidad […] después, del nacionalismo y de las conquistas revolucionarias.

Traicionada en su economía, que de día en día va perteneciéndole menos y va siendo más débilmente autónoma.

Traicionada en los afanes de su pueblo, que ha sido cínicamente engañado con un malabarismo de palabras revolucionarias.

Expresamente se reconoce el viejo anhelo de la masa rural de población. Se le ofrece tierra y […] se hace de la labor agraria una fuente de capital político.

Desde 1917 se proclama con gran ruido la definitiva liberación del obrero, […] y esa política […] se vuelve también […] un medio de explotación de la fuerza obrera.

Es atroz pensar en tanto engaño, en tanta violencia. Lo que ahora ha sucedido parece horroroso […] pero hace 18 años que no pasa día sin un asesinato, sin un atentado contra los hombres, contra los ideales.

Desde acá, México es algo oscuro y sangriento. Pienso en aquellas noches terribles del Bajío, en agosto. La tierra y el cielo se juntaban en una densa oscuridad […]. Noches enteras en que se perdía la esperanza de la aurora.

No puedo escribirle más… Pronto lo veré allá. Mientras más malas son las noticias de México, mayor es mi deseo de volver […] Esta paz, esta civilización, no son ya un reposo sino una causa de amargura. Mi México, mi pobre México.

Gómez Morin volvería a México y aquí viviría siempre. No cedería al desánimo: crearía otras instituciones, salvaría a la Universidad Nacional y la libertad de cátedra, fundaría el único verdadero partido de oposición que tuvo México hasta los años ochenta.

Ha pasado casi un siglo, y sus palabras han cobrado una lacerante actualidad. Una vez más, “es atroz pensar en tanto engaño, en tanta violencia”. Las reivindicaciones sociales del gobierno no tenían por qué venir acompañadas de la destrucción sistemática de las instituciones. Para colmo, hemos visto anulada la división de poderes y hemos atestiguado la vuelta del caudillo. Y sin embargo, “mientras más malas son las noticias de México”, mayor debe ser nuestro deseo de luchar, resistir y, algún día, reconstruir.

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