Asistimos a la estrepitosa caída del régimen de la transición democrática.
El imperfecto sistema de libertades que los mexicanos habíamos logrado construir, mediante reformas graduales al viejo autoritarismo posrevolucionario, fue dinamitado desde el interior por el grupo en el poder que la transición encumbró.
Esta paradoja: democracia contra la democracia, está sucediendo en diversas naciones. México es ahora el caso más escandaloso en la escena internacional.
Por el cauce democrático, fuerzas con ideología totalitaria y vocación dictatorial asumen el poder, una vez instalados proceden a desmontar los equilibrios republicanos, aniquilan el pluralismo, instalan la maquinaria represiva y el terror estatista para liquidar a la oposición y cualquier resistencia.
Sean de derecha o de izquierda tienen características semejantes: simbiosis entre el partido y su líder, este engulle al Estado asumiendo la personificación mística de toda la nación. Al pueblo se le aturde permanentemente con una semi doctrina política demagógica, sustentada en el rencor y la mentira. Las escuelas, los medios de comunicación, la cultura – controlada por el partido-estado – son los pilares sobre los que sostiene el dominio de las mentes y el sentido común de la población.
La economía es a lo primero que le ponen la mano y la destruyen. El Estado, secuestrado por el partido y su caudillo mesiánico pasa a ser el amo y señor de las actividades estratégicas. La propiedad privada se convierte en delito social.
De esta forma, el dueño del partido sus familiares y compadres pasan a ser los señores feudales que supuestamente reparten riqueza, aunque en la mayoría de los casos lo que distribuyen es miseria.
El fallecimiento de nuestra imperfecta democracia no es una sorpresa o una maldición que nos cayó de buenas a primeras. El virus de su muerte quedó sembrado cuando las múltiples reformas electorales de la transición no fueron parte de una edificación democrática integral del Estado; dotado de un robusto sistema anticorrupción, con instituciones decentes en en la procuración e impartición de justicia, con estructuras económico-sociales de un Estado de bienestar sustentable, acorde con la apertura económica al mundo y a los tratados de libre comercio a los que nos incorporamos en esos mismos años.
La lista de fracturas y deficiencias es larga, imposible agotarla aquí, pero nada de lo que sucede ahora nos debiera sorprender. Mención especial en este elenco de explicaciones a nuestro duelo democrático, merece la lastimosa condición de los partidos políticos. Las instituciones que debieron ser los baluartes de la transición democrática fueron las primeras que se desnaturalizaron. Cuando el dinero sustituyó al trabajo cívico y las oligarquías grupales colonizaron a sus directivas, se consumó su divorcio con los ciudadanos. Perder las elecciones fue la consecuencia.
No lloremos el deceso de nuestra imperfecta democracia; trabajemos para conservar la libertad y comencemos a edificar una democracia sin las fallas de la que estamos sepultando. Cierto, va a exigir mucho esfuerzo. El primero de todos, reconocer los errores que cometimos. La vida de las naciones no se agota en una coyuntura política.
@lf_bravomena