La lección que se ha aprendido del pasado reciente es que el talento para gestionar la administración pública de manera eficiente no proviene de una sola fuerza política. La verdad es que hay mexicanos y mexicanas capaces en todos los sectores de la vida de nuestro país. Aprovechar mejor este capital humano sigue siendo la mejor decisión que se puede tomar en favor de la prosperidad del país. No obstante, el grupo hoy en el poder parece haber llegado a la conclusión opuesta: ellos van a gobernar solos sin contar con un verdadero conjunto de personas competentes para ocupar los puestos directivos de toda la administración pública. La verdad sea dicha, en el gabinete ampliado anunciado por la candidata electa hay personas con buena experiencia, inteligencia y pericia técnica. Pero también hay gente con un evidente grado de incompetencia. En lugar de haber llamado a individuos calificados aunque no pertenezcan a su grupo, Claudia Sheinbaum está perdiendo una oportunidad inigualable para ejercer un buen gobierno a partir de octubre próximo.

El problema se agiganta cuando el oficialismo pretende echar por la borda la concepción ilustrada del servicio civil de carrera. Hay que recordar lo que el Presidente López Obrador dijo más de una vez: gobernar no tiene ciencia. Si esto fuera cierto habría que desaparecer a todas las escuelas de gobierno y ciencia política del mundo. No sólo eso, habría que destruir todos los libros escritos por los grandes clásicos del pensamiento político. Un Hobbes, por ejemplo, habría perdido su tiempo al escribir el Leviatán o un Maquiavelo, al escribir su Príncipe o sus Discursos sobre la primera Década de Tito Livio, o, para el caso, un Carl Marx – mencionado pero casi nunca leído por muchos de quienes ahora detentan el poder – lo habría perdido al escribir El Capital.

La posición del Presidente es evidentemente absurda, por sus implicaciones. La prueba de eso son los resultados de su propio gobierno. Su incompetencia fue de tal grado que México creció a una tasa de meramente del 1 por ciento, menor al promedio de crecimiento de los regímenes de la transición a la democracia. Con López Obrador la deuda creció a tasas históricas, lo mismo que la inflación. En lo que respecta a la seguridad, su gobierno tuvo cifras altísimas en todos los rubros.

A esto hay que agregar todos los testimonios existentes sobre incompetencias administrativas que, hasta hace poco, hubieran sido intolerables.

Fue el confucianismo chino el que inventó la racionalidad administrativa en la gestión pública. Esta idea fue después llevada a cabo por varios países de Occidente y ha sido la clave de su prosperidad.

No sería exagerado decir que la negación de la racionalidad de corte confuciano es la característica principal del populismo obradorista. Pero, hay que decirlo, el irracionalismo político propuesto como alternativa ya ha sido ensayado en todo el orbe con resultados desastrosos. Habría que aprender de estas lecciones.

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