El debate de la semana pasada entre Donald Trump y Kamala Harris dejó varios momentos virales que, como ocurre ahora, han dominado la conversación pública en Estados Unidos. Es una pena que antes que enfocar la atención en el debate de política pública o el diagnóstico de los problemas que aquejan a un país, ahora nos quedemos con esos momentos que, por inesperados o simpáticos o sorpresivos, acaparan nuestra atención. Así es, por desgracia, nuestro tiempo.

En el debate entre Trump y Harris, el momento más viral ha resultado de la extrañísima y falsa aseveración de Trump de que, en la pequeña comunidad de Springfield en Ohio, los migrantes haitianos que han llegado se están comiendo a los perros y gatos de los vecinos.

La declaración resultó tan inaudita, que Kamala Harris no pudo evitar la risa y el moderador David Muir se vio obligado a aclararle a Trump que no había reporte alguno de semejante barbaridad (los moderadores, por cierto, estuvieron extraordinarios: si un periodista no sirve para exigir respuestas y aclarar mentiras, no sirve para nada).

Después del debate han aparecido muchos memes y videos burlándose de las palabras de Trump. El más exitoso ha sido una versión musical, hecha por “The Kiffness”, un artista que ya había tenido éxito utilizando momentos cotidianos para hacer melodías pegajosas. Y está realmente muy simpático.

El problema es que las declaraciones de Trump no ocurren en el vacío. Y tampoco son una casualidad. Más bien, se enmarcan en una estrategia evidente de demonización de las distintas comunidades inmigrantes en Estados Unidos. El propio Trump ha dicho que los inmigrantes están “envenenando la sangre” de Estados Unidos y ha asegurado que los migrantes son protagonistas de una ola de crimen, que él llama “crimen migrante”. Todo esto es completamente falso. Sobran estudios que demuestran que las comunidades migrantes cometen menos crímenes que los estadounidenses nativos. En el caso específico de Springfield, los haitianos que han llegado han revitalizado el lugar, proveyendo a la ciudad de mano de obra que necesitaban. Pero los hechos y los datos verificables le importan poco a Trump. De lo que se trata es de crear un ambiente de histeria, de linchamiento.
En los días posteriores a las mentiras de Trump sobre lo que pasaba con los perros y los gatos de Springfield, esa ciudad ha recibido amenazas de bomba y la comunidad haitiana ha reportado actos de acoso injustificables. Esa es la reacción que busca Trump. Le habla a su base electoral, que lo escucha con la fidelidad de una congregación religiosa. Hay encuestas que lo demuestran. Resulta, por ejemplo, que un alto porcentaje de republicanos cree que en efecto los inmigrantes se están comiendo a las mascotas. Y lo creen solamente porque lo dice Trump. de ese tamaño es la influencia, y el peligro, de este hombre.
Todo esto es antes que nada una estrategia electoral. Trump calcula que la xenofobia y el resentimiento frente al migrante serán motivos para entusiasmar a los votantes que lo respaldan y, con un poco de suerte, acercar a otros votantes en los estados clave de la elección. La migración fue el tema al que más recurrió en el debate. No es casualidad.

Puede o no tener razón. Esperemos que se equivoque.

Pero hay una preocupación que trasciende a la elección. Cuando un actor político opta por demonizar a un sector de la sociedad, las consecuencias son invariablemente perniciosas. Muchas veces, han sido semilla de las peores tragedias. Ahí está el siglo XX, que nos mira con sus lecciones. Los reportes de acoso y amenazas de violencia en Springfield, Ohio son una muestra más de las consecuencias del discurso del odio. Ya en otros momentos los seguidores de Trump han pasado de las palabras a los hechos. El ejemplo más claro es la brutal masacre de El Paso en 2019, en el que uno loco mató a 23 personas, la mayoría de origen hispano, haciendo eco del discurso de Trump.

El discurso del odio tiene consecuencias.

Esperemos que no resulte una estrategia electoral exitosa.

Y esperemos que los próximos años no nos traigan episodios de violencia.

Se vale disfrutar de los memes, pero no hay que perder de vista la amenaza que está detrás.

 

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