Por Santiago Creel Miranda*

Se ha dedicado a atacar a nuestra joven democracia, lo ha hecho al promover la mentira, el odio y la traición.

Sí, a mí me consta: hubo una época en que Andrés Manuel López Obrador fue un demócrata, o fingió serlo.

Un domingo, a media noche hace casi ya 30 años, Andrés me despertó con una llamada.

La conversación apenas duró unos segundos, fue críptica, pero le entendí. Quedamos de vernos en el Palacio de los Azulejos.
En un santiamén me cambié, subí a mi suburban blanca y desde mi casa en Polanco, me dirigí al centro. Veinte minutos después, nos encontramos.

En ese entonces, Andrés encabezaba un plantón en el zócalo con motivo del fraude electoral en Tabasco.

Cuando llegué, lo percibí tenso, agitado, pero al mismo tiempo trasmitía la satisfacción de un logro obtenido. Después, con seriedad y una formalidad, impropia en él, me dijo:

—Santiago, tengo las pruebas del fraude. Por fin vamos a probar como me robaron la elección de Tabasco.

De ahí nos trasladamos al Hotel Catedral. Subimos la evidencia al tercer piso. Eran más de 50 cajas, las acomodamos en dos cuartos.

Empezamos a abrirlas al azar. Andrés unas, yo otras. En ellas encontramos largas listas de nóminas, recibos, facturas, talonarios de cheques, etc., etc.

Era ya la madrugada. Decidimos, ante una posible embestida del “sistema” —como le llamábamos en aquel entonces al partido hegemónico—, convocar a una conferencia de prensa en la mañana. Antes, llamé a los amigos para que nos acompañaran, al primero que contacté fue a José Agustín Ortiz Pinchetti, inmediatamente después, a Adolfo Aguilar Zinser y así me seguí, hasta invitar a más de una docena. Denunciamos el fraude.

El testimonio ahí queda, junto con una amenaza que sufrí una noche al llegar a mi casa ya tarde. Me encañonaron con una pistola, sentí la frialdad de su cañón en la sien. Gracias a Dios, de ahí no pasó. El gobierno me ofreció unos escoltas. No los acepté.

Tiempo después, ya como diputado, seguí la denuncia del fraude, con el impulso de Juan José Rodríguez Pratts y Pablo Gómez, entre otros. Trasformamos ese reclamo en un juicio político. El partido Verde, a última hora se sometió al gobierno y perdimos la mayoría en la Sección Instructora. De acuerdo con las reglas parlamentarias, el empate pierde.

Andrés, dejó la causa. Se dicen muchas cosas, lástima que Manuel Camacho ya haya partido.

El hecho es que nunca nos alentó o acompañó en la Cámara. Estaba obligado a hacerlo como presidente del PRD, el partido defraudado, y por ser el candidato agraviado. Desde ahí comenzaron sus dobleces. Ese motivo contribuyó a nuestro distanciamiento.

Percibí que no le importaba el voto como instrumento de cambio democrático. Sus impulsos políticos surgían por motivos meramente personales, ni siquiera eran ideológicos: una voluntad contrariada, un orgullo postrado, un ego humillado y una ambición desmedida de poder.

Lo demás no le importaba. Al punto que cuando abandonó su causa, dejó en total desamparo a la gente de su pueblo natal, Tabasco, quienes lo habían apoyado incondicionalmente en sus sacrificadas marchas a la Ciudad de México.

¡Qué vueltas da la vida!

Otro tabasqueño, Roberto Madrazo, el contendiente de Andrés en aquella época, hoy es uno de los impulsores del principal medio digital del país, Latinus, que ha defendido, como nadie, la libertad de expresión y nuestra democracia.

Andrés se ha convertido en un traidor de la democracia y Roberto en su defensor: “cosas veredes”.

Afortunadamente, le tomé el pulso a Andrés de forma oportuna. En 1997 le rechacé su ofrecimiento de una diputación.

A lo largo de su gobierno, Andrés se ha dedicado a atacar a nuestra joven democracia, lo ha hecho: al promover la mentira, el odio, el resentimiento y la traición, como forma de gobierno; al alentar, a través de amenazas o cooptación de autoridades electorales, el robo de votos a la oposición, mediante una inaudita sobrerrepresentación, lo más parecido a un golpe de estado; al acabar con el poder judicial autónomo e independiente, para colonizarlo y someterlo a su antojo y de esa manera controlar los tres poderes y a la postre todo el sistema político; al debilitar o destruir órganos constitucionales, instituciones y programas de gobierno, quitándoles presupuesto o dejando acéfalos los nombramientos para la integración de sus órganos; al fomentar la manipulación y compra del voto, con la utilización de recursos públicos y el uso clientelar de los programas sociales; al romper sistemáticamente las reglas electorales e intervenir en las elecciones; al atacar recurrentemente con infundios, calumnias y violentando los derechos humanos de sus críticos y opositores, inclusive cobardemente echando mano de los instrumentos del estado; y al someterse a oligarquías e intereses inconfesables.

En resumen, Andrés traicionó todo lo que hace tres décadas combatía o decía combatir. Su conducta, como todas las traiciones, fue mansalva y alevosa. Un acto de deslealtad con el pueblo de México. De demócrata pasó a ser un autócrata.

Ante sus ataques, ya como presidente, otros muchos ciudadanos no partidistas y parlamentarios de la oposición, nos dedicamos a defender las instituciones democráticas. En la legislatura pasada, con el apoyo de la ciudadanía y de sus emblemáticas marchas de: “El INE no se toca” y “La Corte no se toca”, logramos frenar su intentona autoritaria, que hoy la consuma con votos que su partido no recibió en las urnas.

El cambio político que se logró en la transición fue totalmente distinto. Consistió en un esfuerzo colectivo de amplio consenso entre quienes militábamos en el PAN, el PRI, el PRD, la ciudadanía y el propio gobierno. Sin exclusión alguna. Lo hicimos en paz, por la vía de las instituciones y la ley. Escuchando al otro, respetando nuestras diferencias y salvaguardando los principios que defendíamos.

Echamos mano de los instrumentos propios de la democracia: el diálogo, la búsqueda de espacios convergentes, la negociación y el cumplimiento de la palabra dada.

Mientras avanzaba la transición, Andrés se apartaba cada vez más de la ley y de las instituciones, en el colmo, “las mandó al diablo”. Quiso socavar su legitimidad. Al llegar al gobierno empezó con su destrucción.

Cuando conocí a Andrés, nunca hubiera pensado que iba a escribir este artículo, nunca.

Andrés es desmemoriado, se le olvida que una derrota puede ser la semilla de un triunfo para la oposición, como lo fue para él. Esto obliga a que ningún demócrata baje la guardia. Lo que hoy está marchito y disperso, mañana puede florecer unido y con nuevos bríos.

Invito a Andrés que se vea en el espejo. No se reconocería hoy, de lo que fue, o simuló ser.

Concluyo con una frase extraída de un poema del gran Quevedo, le queda a Andrés como anillo al dedo: “¡Mirad cuál amistad tendrá con nada, el que en todo es contrario de sí mismo!”.

*Político panista y abogado

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