Desde que arribó al poder en 2018, el Presidente López Obrador manifestó su animadversión hacia el gobierno español. Su argumento ostensible era que Madrid no se había hecho responsable de las atrocidades cometidas durante el encuentro entre españoles y las civilizaciones prehispánicas sucedido a principios del siglo XVI y hasta que México consiguió su independencia en los primeros años del siglo XIX. Hay que decir que lo que también había detrás de la decisión de comenzar un litigio diplomático con España era un innegable resentimiento ante el éxito que habían tenido las inversiones españolas en nuestro país. Esto fue claro en la forma en que la nueva administración ha intentado obstaculizar la buena marcha de estas inversiones.

Como sabemos, la presidenta electa, en lugar de no inmiscuirse en este conflicto diplomático, relanzó la acusación de López Obrador y exigió que Madrid pidiera perdón por las atrocidades cometidas por algunos individuos en España hace siglos. Con esto, ella ha contribuido a alargar la innecesaria pugna entre México y España.

Sobre la acusación contra el país ibérico hay que decir algunas cosas. En primer lugar, México no existía como realidad política cuando llegaron los españoles a territorios donde diversas comunidades ya estaban enfrentadas entre sí. En segundo lugar, el gobierno español, en más de una ocasión, ya ha asumido su responsabilidad en los cruentos hechos que cometió una parte de sus nacionales hace siglos. Exigirle perdón a alguien que ya ha explicado su conducta es irracional y sólo cabe en alguien que busca continuar un litigio. Es curioso que no hemos oído la opinión de los grupos indígenas en todo esto, pues ellos serían quienes, en todo caso, podrían pedir una explicación al gobierno de España. Aunque en este punto hay que reconocer que los grupos indígenas de hoy son muy diferentes a los habitantes del mundo prehispánico.

En tercer lugar, el gobierno de López Obrador se está inmiscuyendo en los asuntos de España al no haber invitado a su Jefe de Estado. Es una forma de no reconocer las instituciones de gobierno de otro país claramente democrático. Como sabemos, la reacción española ha sido no enviar a nadie a la toma de protesta de la próxima presidenta mexicana.

Con este bochornoso episodio comienza con el pie izquierdo las relaciones de México, bajo el nuevo gobierno, con uno de sus principales socios comerciales y estratégicos. También comienzan muy mal las relaciones entre dos países a los que enlaza una fuerte identidad cultural, lingüística y artística. No sería la primera vez en la historia que un diferendo entre políticos conduce a un alejamiento cultural y espiritual entre los pueblos. Todo esto se está arriesgando al no entender que la amistad genuina entre sociedades no puede fundarse en el resentimiento mal informado. Lo conducente ahora es comenzar a reparar la relación. Urgiría hacerlo.

 

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