Las excusas son las herramientas de los débiles;
culpar a los demás es el recurso de los cobardes.”
Anónimo
En dos días, López Obrador dejará de ser el presidente constitucional de México. Entonces, podría convertirse en un viejo retirado lleno de rencor y fantasías malsanas, o en el verdadero poder detrás de la próxima presidenta, igualmente cargado de rencor y fantasías malsanas.
La verdad es que, si no fuera porque su paso por la Presidencia ha significado una destrucción brutal de instituciones y una cruel erosión democrática que se aprovecha de la pobreza, victimizando a millones en su miseria a costa del dinero público, su lugar en la historia habría sido un buen ramillete de chistes para el teatro del absurdo: la rifa del avión que no fue rifa ni se deshizo del avión, la refinería que nunca refinó, el aeropuerto que nadie usa, el Tren Maya que se atasca, la violencia que supuestamente disminuyó, aunque hay más asesinatos, los videos de YouTube de Juanga, Silvio Rodríguez o incluso Chicoché para amenizar horas de soporíferas mañaneras, y muchos otros ejemplos que pintarían a nuestro presidente como un gran bufón político, de no ser por su afán destructor.
López Obrador ha sido amado en proporción directa a la miseria del pueblo mexicano. Es un pésimo estadista, pero un gran derrochador; un presidente pródigo que prefiere no enseñar a su pueblo a pescar para saciar el hambre, sino mantenerlos hambrientos para que sigan siendo dependientes. Al presidente lo aman, sobre todo, porque regala dinero.
También sabe muy bien explotar los traumas de un pueblo derrotado, ese rasgo que nos caracteriza y nos hace empatizar con el fracaso, siempre encontrando mil pretextos: perdimos por culpa del árbitro vendido, del pasto mal podado o del balón que estaba cargado hacia el otro lado. Nunca asumimos nuestra derrota, porque hacerlo nos obligaría a renunciar al papel de víctimas. El presidente explota esto a la perfección porque él mismo encarna el epítome del fracaso justificado: era un hombre que siempre perdía y culpaba a los fantasmas del fraude. Hasta que ganó. Y, convertido en el hombre más poderoso en la historia de México, ¡siguió culpando de sus fracasos a los mismos fantasmas del fraude!
El neoliberalismo, Calderón, Estados Unidos, las grandes corporaciones, los empresarios, Calderón, la ambición humana, los técnicos ilustrados, los aspiracionistas, Calderón, los periodistas “chayoteros” que trabajan en pasquines inmundos, el PAN, Calderón, los sueldos millonarios de la burocracia dorada y, en realidad, cualquier ser humano en el planeta que gane más dinero que él, los jueces, las pymes, Calderón, los intelectuales orgánicos que no sean de su administración… Todos ellos, y muchos más, son culpables del país que se cae a pedazos, menos él.
Claudia Sheinbaum heredará un fracaso al que, todo indica, dará continuidad. En dos, tres o cuatro años, con una economía aparentemente estancada, las ayudas sociales al límite y las arcas de la nación vacías por el pago de pensiones y deudas, la Doctora tendrá que buscar nuevos fantasmas. Su jefe ya se encargó de desgastar los que quedaban.
Aunque quizá no sea necesario negar nada; tal vez la narrativa sobra cuando el país está dominado por un militarismo de facto. ¿Quién necesita fantasmas cuando los soldados reprimen manifestaciones mientras investigan delitos para encarcelar a los opositores?
Mi humilde sugerencia es que empecemos a elaborar un plan B, un plan C y hasta un plan D… Ah, y nunca se le ocurra insultar a uno de estos “nuevos demócratas” que nos gobiernan, porque tienen la piel demasiado sensible.
De Colofón
La 4T lo tolera casi todo, pero al gobernador Rocha Moya le queda poco tiempo como gobernador de Sinaloa. En unos meses más tendrá que enfrentarse a una revocación de mandato que fue aprobada en el Estado siguiendo el ejemplo lopezobradorista.
A Rocha no lo quiere nadie en Sinaloa y parece que tampoco en el gobierno que viene.
@LuisCardenasMX