En el gran film de 1965, “El Vuelo del Fénix”, dirigido por Robert Aldrich y nominado para dos premios de la Academia, el Ing. Heinrich Dorfmann, quien intentaba reconstruir el avión estrellado en el que cayeron en el Sahara, a pesar de la oposición del piloto, el Capitán Towns, cansado de discutir se dirigió a él y le espetó la siguiente frase: “Usted actúa como si la estupidez fuese una virtud”.

No nos pregunten por qué, estimados lectores, porque no sabríamos responderles, pero la frase se nos vino súbitamente a la cabeza. ¿Cuántas cosas tontas se hacen pensando que son la gran genialidad?

Pero bueno, cambiemos de tema: nos parece un mal augurio que la señora Presidenta arranque su gestión tomando como suyos los pleitos banales de su antecesor.

Nos referimos a la negativa del Gobierno mexicano entrante de invitar al Rey de España, Felipe VI, a la toma de posesión.

Ello, según la Presidenta entrante, porque el Rey “no le contestó” al Presidente saliente una carta de 2019 en la que le exige una disculpa por la conquista del Siglo XVI.

Si nos apegamos a la historia, y si acaso dudan de nuestras palabras, hágannos el favor de consultar al Dr. Juan Miguel Zunzunegui, los españoles no conquistaron la Gran Tenochtitlán.

El “ejército” de Hernán Cortés contaba apenas con unos cientos de hombres, mientras que los aztecas contaban con decenas de miles de fieros guerreros.

No, quienes derrotaron a los aztecas fueron -entre otros- sus enemigos mortales, los tlaxcaltecas, por años subyugados por el Imperio Azteca y que se rebelaron en apoyo a los españoles amenazados estos por sus enemigos.

Si acaso los cuatroteros sienten algún agravio por la Conquista, siendo parejos, a quienes deberían pedir que se disculpen por sus actos es a los tlaxcaltecas.

En general, no nos parece, ni a un servidor ni a mucha otra gente pensante, que resulte una buena idea que inicie un Gobierno comprometido de antemano en su amplitud diplomática excluyendo a una nación con la que tenemos una estrecha relación y hermandad.

Invitó la señora Presidenta al dictador de Cuba, invitó al tirano de Venezuela, invitó al exterminador Putin, ¿acaso el Rey de España es menos merecedor de una invitación que estos personajes?

Está de dudarse.

¿Acaso gana algo México rompiendo siglos de amistad con una nación a quien muchos mexicanos consideran “la madre Patria”, que nos dio lengua, religión y cultura?

Y que, curiosamente, lo es totalmente del Presidente saliente, pues sus abuelos llegaron de España; entonces, lejos de ser agraviado, realmente pertenece al grupo agraviador.

Hasta cierto punto se entiende que el berrinche por la no respuesta a su insensata petición sea del saliente, lo que no se entiende es que el pleito lo compre enterito la entrante.

Si el saliente se considera a sí mismo despreciado, pues que le haga una huelga a “El Corte Inglés”.

Insensato, decimos, es esto porque resulta innecesario e infundado: lo que menos necesita México hoy es casar pleitos, ni internos ni externos.

Faltan hoy suficientes extinguidores en todo México como para apagar los incendios que traemos por todos lados: en Sinaloa, en Guerrero (golpeado de nuevo por un meteoro), en Michoacán, en Guanajuato, en Tamaulipas, en Nuevo León y en muchos otros Estados.

A gritos se nota en el ambiente nacional que la tarea principal que deberá abordar la señora Presidenta es pacificar al País, armonizar a todos los sectores sociales, imponer la paz y el orden, calmar los ánimos, zanjar diferencias, procurando siempre y en todo momento la unidad.

Sólo en la unidad, en la uniformidad de esfuerzos, en la sinergia, podremos lograr que México avance.

Nada, absolutamente nada gana nuestro México abriendo frentes de pelea por doquier, promoviendo enemistades en lugar de fomentar la amistad y la cooperación.

¿Sí vale este precepto cuando se aplica a Cuba, Rusia o Venezuela, pero no cuando se aplica a España?

¿Acaso el mundo está al revés o qué?

Como regla universal debe quedarles claro a los de las Cuatro Tes que resulta inútil y contraproducente pretender hacer pasar un error garrafal como un acierto genial: equivale a ponerle lipstick a un marrano para querer vendérnoslo como Ana de Armas.

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