Entendemos la urgencia de la presidenta Sheinbaum de comenzar su mandato fijando posición respecto a las razones históricas que mantienen postrado a México como nación. Ella debe vender el argumento de la falsaria izquierda mexicana, sobre el que opera toda su narrativa, que tiene como objetivo seguir dividiendo y lacerando al pueblo por las supuestas injusticias que históricamente ha padecido. Con esa herida sangrante todos los actos que fustiguen a los privilegiados -léase clases medias aspiracionistas en general- será una dulce venganza y los incordios lanzados contra los opresores serán aplaudidos por una parte del pueblo que continuará enganchado en la mentira. Una autocracia funciona a las mil maravillas cuando los ciudadanos están enconados, contrapuestos y furiosos. Es el caldo de cultivo natural para el populismo.

Pensamos que una de las nuevas batallas es enfrentar los relatos de la historia oficial diseñada para la manipulación ideológica. Debemos conocer, bajo la luz de la investigación y el conocimiento, el proceso de formación del país que habitamos. Hay un capital humano extraordinario para conducirnos con inteligencia a la ciencia del pasado, para mostrarnos el cómo y el porqué de nuestra identidad.

La narrativa oficialista no tiene pies ni cabeza. Se desprende de ficciones que son imposibles de sustentar frente a la prueba más contundente: la realidad. Hay que tomar posiciones en un espacio en el que siempre debe triunfar la inteligencia sobre la demagogia. Vean si no.

Estamos por llegar a la fecha de aniversario del llamado “Descubrimiento de América”. De nuevo vendrán los reclamos y el señalamiento de culpas por un espantoso genocidio cometido por los españoles en el siglo XVI. Los bobos rápidamente repetirán las consignas, no obstante los estudios que informan que fue la viruela la causante de la gran mortandad en toda América. No desperdiciaran ocasión para asumirse como aztecas los que se sienten herederos de Cuauhtémoc. Precisión: los pocos que quedan, son los descendientes de Moctezuma, la mayoría viven en España y ostentan títulos nobiliarios, otorgados por la monarquía hispana hace siglos.

Los mexicas fueron borrados de la faz de la tierra por la epidemia y la derrota del 13 de agosto de 1521 en que fue vencida Tenochtitlán, por un ejército de cien mil guerreros tlaxcaltecas, cempoaltecas, otomíes, texcocanos, chalcas, xochimilcas y azcapozalcos que exterminaron de golpe a sus temidos vecinos, adoradores de Huitzilopochtli. No hay forma de que haya un número importante de descendientes aztecas. Fueron borrados del mapa.

El mestizaje ni siquiera se produjo de manera importante durante el virreinato. Datos proporcionados por el Inegi consignan que entre los censos de 1808 y 1921, es cuando crecieron los mestizos para pasar del 23 al 59 % y se redujeron las comunidades indígenas del 60 al 29 %. Nueva España siempre protegió a los pueblos americanos, entre otras cosas, porque estos fueron sus aliados estratégicos a partir del pacto con Cortés.

Los mexicanos tenemos un antecedente inmediato que no podemos evitar ni negar: 300 años de pertenencia al Imperio Español, desde la Nueva España, el reino más rico, globalizado y dinámico de todo el Imperio, a juicio de Alexander Von Humboldt. Sin conocer a detalle este periodo histórico, no podemos entendernos nosotros mismos como pueblo. Las raíces hispánicas son profundas en estas tierras, comenzando por el idioma, la religión sincrética, las artes y la gastronomía. Es por ello por lo que vale la pena atender la invitación a ver el gran documental “Hispanoamérica, Canto de Vida y Esperanza” que se estrena en México el 17 de octubre. Su director, José Luis López Linares es un destacado cineasta, triple ganador de premios Goya. Habrá jornadas de análisis y diálogo los días 8 y 9 de octubre en el Auditorio del Museo Soumaya de la Fundación Carlos Slim. Hay que estar atentos.

Se celebra que la cinta llegue a cines, habrá que ver en qué ciudades (Guanajuato y León están incluidas), pero no se entiende que el filme no haya sido tomado por alguna de las grandes empresas de streaming como Prime o Netflix. Algunos de los historiadores que participan son Guadalupe Jiménez Codinach, Úrsula Camba, Adelaida Sagarra y Juan Manuel Zunzunegui. Terminar con la Leyenda negra sobre España y su imperio, poner en una perspectiva actualizada al mundo hispánico en América, aquilatar las ventajas de nuestro idioma que comunica a todo el continente y entender bajo criterios lógicos, científicos y datos fidedignos lo que ocurrió en el pasado -sin dejar de admirar a las culturas indígenas-, nos brindará la seguridad que ofrece la verdad, para evitar el evangelio de la división. Será un gran paso adelante, preferible a echar culpas y exigir perdones caprichosos.

 

RAA

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