El viernes 4 de octubre, en una entrevista de radio, Alejandro Arcos Catalán, alcalde de Chilpancingo, pidió protección al gobierno federal y al gobierno estatal: “Les pedimos su ayuda, su respaldo, su protección a todos, a toda la sociedad de Chilpancingo”.

Dos días después su cabeza degollada fue abandonada en el toldo de una camioneta. El cuerpo, en el asiento del copiloto, estaba cubierto con una cobija gris.

La noticia cimbró como nunca a una sociedad curtida en la sangre y en los hechos atroces que ya forman parte de su vida cotidiana. Nunca un alcalde de Chilpancingo, la capital del estado, había sido asesinado. Mucho menos de esa forma.

Arcos Catalán había tomado posesión del cargo el 30 de septiembre. Duró seis días en funciones. El día de su asesinato realizó una gira por varias colonias “para evaluar de cerca la situación y coordinar las acciones necesarias” tras los daños causados por el huracán “John”. Desde las 9 de la mañana subió a sus redes fotos de su recorrido por las localidades de Plan de Ayala, Yerbabuena y Timotlán. En estas aparecen cerca de él elementos del Ejército y la Guardia Nacional.

Arcos subió también una fotografía de su equipo en Tepechicotlán. La foto es importante porque Tepechicotlán es un territorio controlado de manera total por el grupo criminal Los Ardillos.

Sobre las cinco de la tarde se recibieron reportes de una camioneta con un cuerpo decapitado, abandonada a un costado del Hotel Real Moreli, en Moctezuma no. 1. La imagen, terrible, explosiva, de la cabeza cercenada del alcalde colocada sobre el toldo de una camioneta blanca, hizo estallar de dolor e indignación a los habitantes de la capital del estado.

¿En qué momento Arcos Catalán se separó de su equipo y de los escoltas que lo acompañaban? ¿Por qué no aparece ya en las imágenes tomadas en Tepechicotlán —que sin embargo sí subió a sus redes?

En Chilpancingo las cosas tomaron una ruta trágica desde el 27 de septiembre pasado, fecha en la que, al salir de una reunión de trabajo, el capitán Ulises Hernández, quien iba a tomar posesión como secretario de Seguridad Pública en el gobierno de Arcos, fue asesinado de diez tiros a bordo de su automóvil.

Seis días después, el 3 de octubre, el nuevo secretario general del Ayuntamiento, Francisco Gonzalo Tapia, fue asesinado por la espalda a unos pasos de la plaza cívica de Chilpancingo, sobre la calle Teófilo Leyva. El hombre que lo mató le dio dos tiros en la cabeza y dos en la espalda. Tapia había durado solo tres días en el cargo.

¿Con tantos avisos dejaron solo al alcalde?

“¡No podemos permitir que este acto quede impune!”, escribió Arcos Catalán luego de la ejecución de su secretario general.

El alcalde negó haber recibido amenazas. Dijo en entrevista que no había recibido mensajes, ni llamadas, “ni ningún medio de presión”.

En Chilpancingo, fuentes del gobierno y del estado cuentan otra historia. El crimen organizado le había exigido varias secretarías —entre 3 y 5, según una de las fuentes— y el 30 por ciento del presupuesto.

Arcos Catalán había afirmado que no iba a negociar con el crimen organizado.

El caso recuerda inevitablemente el del candidato a diputado Abel Montúfar, al que la Familia Michoacana citó en mayo de 2018 en una cancha de basquetbol de Zacapuato, en Cutzamala de Pinzón. Montúfar rechazó la compañía de sus escoltas y fue a explicar por qué había decidido no bajarse de su campaña. No lo dejaron salir con vida de la reunión.

Los asesinatos de dos de sus secretarios en menos de una semana enviaban un mensaje claro. El joven alcalde, con excelente reputación en Chilpancingo (miles se sumaron a su sepelio), se limitó a declarar que seguiría luchando por la paz porque “no somos gente de conflicto”.

El perredista Arcos Catalán ganó las pasadas elecciones por apenas mil votos. Debió su triunfo, en buena parte, a la exalcaldesa de Morena, Norma Otilia Hernández, quien al ser grabada durante un desayuno con el líder de Los Ardillos (desayuno en el que le ofreció su ayuda al jefe criminal) perdió la oportunidad de reelegirse y más tarde fue expulsada del del partido oficial.

Al saberse desplazada, Hernández le proporcionó a Arcos Catalán la estructura electoral y territorial que garantizó su triunfo.

A ella, en junio del año pasado, Los Ardillos le habían dejado cinco cabezas humanas sobre el cofre de una camioneta para recordarle que tenían otro desayuno pendiente. ¿El sello de la casa?

Ayer, la exalcaldesa fue corrida a gritos de los funerales de Arcos: “¡Tú vendiste el municipio!”, “¡Que se vaya!”, “¡Fuera!”, “¡Lárgate!”, le gritaron.

Para no variar, la inexistente gobernadora del estado, Evelyn Salgado, vinculada familiarmente con grupos de la delincuencia organizada, hizo acto de presencia, pero solo en redes, para condenar “enérgicamente” el asesinato.

El mensaje del crimen es demoledor. En Guerrero ya no existen límites: degollar al presidente de la capital del estado es una frontera que nadie había cruzado: el fruto envenenado que la presidenta Claudia Sheinbaum ha recibido, turbiamente, de manos de su antecesor.

 

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