Con el triunfo de la Presidenta, Claudia Sheinbaum, y el arribo del nuevo Congreso con mayoría oficialista, hemos sido testigos del despliegue inusitado de una voluntad de hegemonía por parte del nuevo gobierno. Esto se ha reflejado en el despido de una serie de críticos del obradorato y la contratación de voces apologistas de él.

Esto parece una mala idea. La sociedad mexicana es muy diversa, lo que naturalmente conlleva la existencia de una pluralidad de medios. Intentar minarla sólo tendrá como resultado el descontento de la sociedad. Influyentes voces defensoras del régimen insisten en decir que se necesitaba una rectificación a la hegemonía anti-obradorista para nivelar la cancha, por lo que se justificaba un despido masivo de periodistas y comunicadores. El problema con esta postura es su carácter falaz. Muchas de las voces acalladas no eran defensoras de los gobiernos en turno, sino que más bien habían ejercido la razón crítica contra injusticias cometidas por ellos, incluyendo el que gobernó el sexenio pasado.

Las pretensiones del régimen actual no son elevar el nivel de diversidad de la opinión pública. Por el contrario. Lo que se busca es instalar una nueva hegemonía. Al parecer el paradigma a seguir son las mañaneras de AMLO y ahora de Sheinbaum. Estas nunca fueron lo que la propaganda oficialista decía. A saber: verdaderas conferencias de prensa en las que el gobierno informa de manera fidedigna a una prensa independiente, crítica y plural. Como sabe cualquier persona informada, las mañaneras ocurrían (y ocurren) en un ambiente totalmente controlado por el oficialismo. Muchos de los miembros de la supuesta prensa que asiste a las mañaneras, no lo son en realidad. Se trata más bien de personajes promovidos, si no es que contratados, por el régimen. Sus intervenciones están planeadas para hacer lucir al dirigente en lugar de ponerlo en cuestión. Cuando se ha invitado a un verdadero periodista, el dirigente suele avasallarlo, recurriendo frecuentemente a la sorna, las falacias y los ataques ad hominem.
Pareciera que lo que ahora se busca es reproducir esto a escala nacional. 

Muchos de quienes han sustituido a antiguos críticos son voces conocidas por su defensa del régimen, incluso reconocido por ellos mismos.

Los canales de la televisión pública se están convirtiendo en centros de propaganda gubernamental. En lugar de pensar estos canales como lugares privilegiados donde se puede divulgar la cultura y promover la diversidad de ideas, el plan parece que es servir al proyecto político del gobierno. La diferencia entre un medio del Estado y un medio público parece desaparecer.

Nada de esto es positivo. No obstante, ante esta tentativa que busca la Voz Única, debemos, más que nunca, esforzarnos en pugnar por la ampliación de la diversidad de voces, pues México no es la unanimidad de un micrófono, sino un crisol de visiones del mundo.
 

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