Las relaciones y la comunicación pueden ser increíblemente complejas. Sin embargo, para que fluyan de manera armónica, deben fundamentarse en la ética y la honestidad, como bien señalan los expertos. En estos tiempos, en los que las causas sociales se han convertido en banderas de lucha, es esencial recordar que la ética debe ser el eje que guía cualquier acción o movimiento. De lo contrario, estaríamos fallando en nuestro compromiso como personas íntegras, arriesgándonos a una transformación devastadora, donde el alma podría quedar atrapada, como un hilo que baila colgado en cualquier rama y denostar a nuestra descendencia por senderos peligrosos.

No podemos permitir que la verdad sea vulnerada o distorsionada en nombre de la justicia, especialmente cuando quienes se presentan como defensores de los más desvalidos en realidad utilizan sus causas para obtener beneficios personales o de otra índole. Esta actitud no tiene nada que ver con la honesta intención de resolver, apoyar y beneficiar a quienes verdaderamente lo necesitan.

 La ética no es simplemente un conjunto de principios abstractos, ni mucho menos algo pasado de moda. Es el pilar fundamental sobre el que se construye una sociedad justa y equitativa. Quizás por eso, San Ignacio de Loyola afirmaba que el mejor medio para cuidar el alma son los exámenes de conciencia, ya que nos otorgan la paz que tanto necesitamos y evitan que, sin fundamento alguno, levantemos la mano para señalar de perverso a alguno, menos si las pruebas no nos asisten. En este sentido, me permito citar a Demócrito, el filósofo antiguo por excelencia, quien nos recuerda que todo está perdido cuando los malos son tomados como ejemplo y los buenos son objeto de mofa.

Analizar sin juzgar a quienes gustan de manipular la verdad, nos llevará a observar para crecer sin especular y desde la generosidad extender la mano a quien traiciona su yo profundo, pues desvalija la posibilidad de dedicar sus afanes y energías a proteger a quienes por naturaleza son vulnerables, débiles e indefensos. Solo desde la sinceridad nuestros íntimos valores que nos conforman y estructuran como individuos y sociedad realzarán nuestra valía y con sabiduría podremos influenciarnos para que este viaje pasajero fluya no sólo armónico, sino justo y con honor.  Es por eso que utilizar las tragedias de quienes sufren como herramienta de promoción personal será un acto de desprecio no solo hacia ellos, sino hacia la esencia misma del ser y de la sociedad por la que trabajamos.

Es agobiante que en este mundo de cambios lejos de buscar y promover acercamientos honestos se desvivan los actores por defender lo que no se conoce. ofreciendo velos oscuros abrazados en discursos vacíos y falsas promesas. Solo la decencia acompañada de la verdad puede ocupar el primer plano para entonces observar cómo las hojas de las mentiras van cayendo, tal y como cuando llega el otoño que se sacude en sus propios vientos. Solo con transparencia se puede construir una defensa genuina, para rescatar a aquellos que necesitan nuestro consuelo, no sé si sean tiempos de hablar o el silencio nos dé la fuerza para sobrevivir con prudencia, solventando sin ostentación cualquier aplicación de algún mal, o usted ¿qué opina?

 

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